Archivo de octubre, 2015

Sobre Tecnología, Drones y las Nuevas Exigencias que Presentan a la Ética

Posted in Ética y política, Ciencia y tecnología with tags , , , , , , , , , , , on octubre 27, 2015 by Camilo Pino

Dron

Esta entrada se puede dividir en dos partes. La primera de ella es una reflexión filosófica sobre la ética y su capacidad de enfrentarse a eventos disruptivos y la segunda corresponde a una reflexión práctica sobre un asunto tecnológico en particular: los drones.

Suelo comentar que en el mundo actual el progreso de la técnica es mucho más acelerado que el de la sociedad. Con esto quiero decir que la tecnología avanza a una velocidad tan rápida que nos parece ver que el parámetro moral con la cual la juzgamos carece de validez pues ésta plantea preguntas que no se habían formulado antes. Pero en este caso quiero partir diferenciando dos terrenos que, para el común de las personas, parece ser el mismo: el de la ley y el de la ética. Entonces, si nos volvemos a plantear la pregunta sobre los nuevos avances de la tecnología y su juicio, veremos que claramente superan los procedimientos de la ley, pero no así los de la ética. Si bien la ley siempre se formula en cuanto a lo general, es muy común que la contingencia de la realidad lleve a replantearla o reformularla, incluso a eliminarla. Pero esta discapacidad de la ley para afrontar algunas tecnologías disruptivas no tiene su asidero en la ineficiencia de la ética, sino en lo contingente que es la legislación.

Los sistemas éticos, en cuanto sistemas de rigor filosófico, tienen lógica, coherencia, fundamentos, etc., los cuales le dan la capacidad de no encerrarse en ciertas circunstancias o momentos, sino de tener un carácter universal. Por lo anterior podemos inferir que un buen sistema ético tiene la capacidad de asimilar nuevos sucesos y ordenarlos a sus reflexiones. En este caso, los avances tecnológicos, por más rupturistas que sean, se siguen subsumiendo a un sistema ético aunque la ley les quede corta. A la vez, los sucesos disruptores, como el avance de la tecnología, nos ayudan a medir los sistemas éticos. Es decir, si un sistema ético no puede hacer frente a los avances de la tecnología o cualquier otra contingencia nueva, este sistema debe ser descartado o reconsiderado en virtud de algún otro que si pueda contener el nuevo suceso. Por lo anterior, cuando un nuevo suceso transgrede los límites de la ética, no es señal de que la ética es sólo una teoría ilusoria o de que todo es relativo, sino que ese sistema ético en particular era defectuoso.

Si bien son múltiples las formas en que se puede abordar un problema ético –dependiendo de la teoría ética que se esté usando, como el imperativo categórico en la kantiana o el objeto, fin y circunstancias en Santo Tomás- podemos hacer el ejercicio de analogar el nuevo suceso a alguno que ya haya sido abordado por la ética. Es decir, si existe algún acontecimiento anterior que tenga características similares al nuevo, podemos ocupar su discusión para echar luz sobre el juicio ético que podemos hacer, en este caso, sobre la tecnología. Por ejemplo, si un robot asesina civiles en una guerra, la responsabilidad moral caerá sobre quien lo manejaba o el que dio la orden de disparar, lo cual no es muy diferente con el abordaje de un tanque o un submarino que asesine civiles en una guerra. Podría objetarse que un robot, al no ser humano, no tiene una responsabilidad moral en este asunto, pero por analogía podemos entender al robot como un arma más, no muy diferente de una metralleta o un tanque controlado satelitalmente.

Pero también puede darse el caso hipotético de que aparezca un suceso tan disruptor que no pueda ser analogado con ningún otro precedente. Es muy difícil que llegara a aparecer un suceso así, y sería una reflexión pertinente a otra entrada del blog. De todas maneras existen otros criterios para evaluar moralmente los nuevos sucesos –que como ya dije, dependen de la teoría ética. Incluso en el hipotético caso de que este nuevo evento no se pudiera subsumir a ningún parámetro ético, no mostraría que la ética no existe o que todo es relativo, sino que ningún sistema ético hasta ahora es el adecuado y debemos trabajar en otro.

Ahora pasemos a la reflexión práctica, específicamente sobre los drones.

Cuando me refiero a drones en esta entrada, me centro específicamente en los que son de uso civil y han entrado fuertemente al mercado en el último tiempo. Recordemos que los drones se usan hace bastante tiempo por los gobiernos en misiones de carácter militar, por lo cual ya es una muestra de que no es una tecnología tan disruptora. El problema es que el uso militar de un dron merece un juicio con finalidades diferentes que el de uso particular, por lo cual dejaremos de lado a estos ancestros. El problema con los drones que tratamos en esta entrada es que pueden ser comprados por cualquier persona, son pequeños, pueden moverse con una libertad bastante grande por el cielo y suelen tener cámaras. Veremos de todos modos que la aplicación de un parámetro ético a estos “juguetes” es totalmente viable.

Primero que todo, aparece el problema de que la movilidad casi sin límites del dron podría provocar accidentes o terminar dañando a alguien. En este aspecto podríamos analogar el uso de un dron a los ya conocidos avioncitos a control remoto, es decir, caen en los mismo límites de su uso y cuidado con los demás. Si está la intención de dañar a alguna persona, no es muy diferente que hacerlo con una roca, o una metralleta. Obviamente no es lo mismo dañar a una persona con una roca que con una metralleta, y será diferente el agravante, pero para eso deberíamos remitirnos a la acción en particular. De la misma manera es analogable el hecho de que dañemos a alguien sin querer por el uso del dron. Por el tamaño y peso de algunos aviones de juguete a control remoto, su uso está normado según una ubicación. Será diferente el juicio si una persona sale accidentada dentro del terreno prudente de uso de un avión a control remoto como fuera de él, así como herir accidentalmente a una persona con un arma de fuego en la vía pública siendo que no se deben portar en ella. Vemos que, si bien este aspecto de la tecnología de los drones puede trasgredir la actual legislación (o la ausencia de ella), no por esto está sobre la ética.

El segundo aspecto es que las personas que usan un dron pueden -en potencia- violar la privacidad de otras personas. Si lo abordamos de una forma simplista, el violar la privacidad de una persona con un dron no es muy diferente a entrometernos en su hogar y observar lo que esa persona hace (suponiendo en los dos casos que no tenemos la autorización). Esto claramente es algo moralmente objetable. Pero el asunto no es tan transparente, pues en el caso de los drones la persona que comete la falta moral no está físicamente en el lugar, sino que ocupa su puesto un dron con cámara. Pero, independiente de la presencia física, no cambia la valuación moral del acto, porque de todas formas se está violando la privacidad de la otra persona. Pero este asunto puede ser más complejo porque en el ejemplo anterior se suponía que el dron, como la persona, usurpaba el espacio privado de otro. La capacidad de los drones para moverse en el aire puede llevar a la violación de la privacidad del espacio privado desde el espacio público. Por ejemplo, alguien puede observar la habitación de baño de una persona desde la vereda frente a la casa con unos binoculares así como un dron puede hacer lo mismo desde cualquier espacio público. Aquí empiezan a aparecer distintos matices pues el dron da la capacidad de abordar el “espionaje” desde muchos más ángulos que los posibles a una persona simplemente desde la vereda.

El último ejemplo comentado tampoco es demasiado novedoso como para no subsumirse en la ética. Podemos analogarlo con el hecho de poner cámaras secretas en algún poste en el espacio público cumpliendo una función similar. A la vez, los fotógrafos de espectáculo se caracterizan por tener equipos de cámaras con capacidades de acercamiento bastante poderosas y por llegar -e incluso pagar para poder acceder- a lugares donde puedan obtener una buena toma. Esta línea de reflexión implicaría entrar en el debate si aquello que se hace mediante el espionaje o el paparazzeo es moralmente aceptable o cuáles son sus límites éticos. Este tema obviamente aún no ha sido zanjado como sociedad, pero sigue siendo un ejemplo de que la tecnología, por muy disruptiva que sea, no transgrede los límites de la ética.

El debate anterior es para mostrar que, si bien es fácil analogar los nuevos eventos a los sistemas de ética, la ética en sí no es algo fácil. Para complicar un poco las cosas quiero dejar abierta la reflexión sobre otro tema propio de los drones y el avance de la tecnología: cada vez es más accesible a todos. Al final de cuentas el problema no son las nuevas capacidades que nos brinda la tecnología, sino la facilidad que tiene ésta para caer en las manos de cualquier en el mundo moderno.

Crítica filosófica: Ella (Her – Spike Jonze – 2013)

Posted in Ciencia y tecnología, Cine with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , on octubre 12, 2015 by Camilo Pino

Her-poster

Her (Ella) es una de las películas que más reflexiones filosóficas me ha hecho enfrentar en el último tiempo. Por lo mismo, es digna de tener una entrada en este blog, pero advierto que si bien escribiré lo justo y necesario –y con mucho dolor tendré que dejar algunas reflexiones fuera-, la entrada podría ser muy larga. Por lo mismo, la dividiré en un plan de redacción para así poder hacerla accesible y más fácil de leer.

I.-Introducción a la reflexión sobre Her
II.- Una somera crítica cinéfila en cuanto tal
III.-Crítica filosófica:
a) La humanización de lo virtual y la virtualización de lo humano
b) La naturaleza del amor
c) ¿Qué es una persona?
d) Otros tópicos para pensar
IV.- Epílogo sobre la ciencia ficción

I.-Introducción a la reflexión sobre Her

De nuevo una película de Spike Jonze deja tantos críticos como amantes. Anteriormente vimos cómo Donde Viven Los Monstruos (Where The Wild Things Are – 2009) no dejó a nadie indiferente, pero su significado parecía ser muy críptico. Esta vez Her parece ser más accesible, pero no por ello menos profunda. Aun así, muchas de las críticas que he leído, tanto a favor como en contra, adolecen de un tratamiento más profundo de los tópicos que toca este film. Para poder echar un poco más de luz sobre la cuestión, propongo que sus reflexiones más profundas no sean abordadas sólo por los críticos de cine, sino que, en este caso, por un filósofo. Mi tesis es que la película se vuelve mucho más rica una vez que la ponemos en el plano de una obra filosófica en lugar de abordarla con las simples herramientas de la crítica del cine. Adelanto que lo característico de esta película es que, más que entregarnos respuestas, nos plantea preguntas trascendentales, en especial sobre lo qué es real. Vamos a ver qué tal sale.

II.- Una somera crítica cinéfila en cuanto tal

En este apartado enunciaré superficialmente las críticas que se le han hecho a Her desde una perspectiva del cine.

Simplificando maliciosamente la trama de la película, cuenta la historia de cómo Theodore establece una relación amorosa con Samantha, esta última un Sistema Operativo.

Primero que Todo, nos damos cuenta de que Spike Jonze no le debía su éxito como director a su guionista preferido, Charlie Kaufman. Si bien él lo acompañó en obras como Being John Malkovich (1999), podemos ver que nuestro director puede crear obras iguales o más potentes desde su propia imaginación. Con una dirección suave e inteligente, Jonze nos muestra una película con un muy buen ritmo y nada abrumadora a pesar de su duración y los tópicos que trata. Supo bien como llevar a la pantalla un guión muy complejo, y eso se le agradece. Incluso con los diálogos pesados, la película danza frente a nuestros ojos casi sin tocar el piso. La obra es profunda e inteligente, pero por sobre todo repleta de sentimiento.

Los protagonistas están muy bien escenificados. Joaquin Phoenix toma el papel de Theodore, un hombre solitario y melancólico, efigie de la postmodernidad. Nuestro actor sale de su letargo para interpretar un personaje que de seguro quedará en el inconsciente de los amantes del cine. Su mirada quebrada, su look alternativo y la forma en que sólo él puede llevar a cabo un personaje con tanto sentimiento son la clave de que hayamos podido sumergirnos en una obra que, si hubiera dado un paso en falso, sería un pobre intento de película romántica. Scarlett Johansson es un Sistema Operativo futurista llamado Samantha, quien, sin ni siquiera salir una vez en pantalla, nos entrega una increíble cantidad de experiencias a través su sola voz. Esto demuestra que nuestra actriz no se reduce a una cara bonita, sino que es capaz de demostrar todo su talento en un papel poco común.

La fotografía es hermosa. Ambientado en un futuro no muy lejano, se dejan de lado las luces de neón y los autos voladores -cliché de la ciencia ficción- para dar paso a un mundo de look alternativo, pantalones al ombligo y bigotes recortados. En este, y otros aspectos, Jonze se compromete con una idea de futuro más realista que de ficción, la cual es necesaria para poder conectarnos con el trasfondo de la obra, el cual es eminentemente emocional.

Las críticas negativas giran en torno a que parece ser una típicas historia de amor, en muchos momentos empalagosa (escena del ukulele). La respuesta a esto es que Jonze intenta mostrarnos una forma alternativa de relación amorosa, por lo cual necesita valerse de la típica estructura de la pareja enamorada en el cine para, desde ese mismo punto, preguntarnos si es tan válida la relación entre un humano y un Sistema Operativo. También se critica que Samantha es una “mujer perfecta” siendo incongruente con una mujer real y, a la vez, es demasiado imperfecta para ser un Sistema Operativo. Me parece que Jonze intenta situar a Samantha justo en ese punto para poder reflexionar acerca de la naturaleza del amor, de la naturaleza humana y de muchos otros tópicos, los cuales mencionaré más adelante. Otra crítica compartida es que el director deja muchos temas inconclusos y no tratados; su final no tiene mucho sentido y no da respuesta a las preguntas que plantea. Como se leerá más adelante, esta obra tiene un carácter disposicional más que proposicional, por lo cual no intenta dar respuestas, sino plantear preguntas. A la vez, el final es obtuso porque la película nos anima a enfrentar los límites de nuestra razón humana no sin antes detenernos a pensar en su naturaleza. Por esto mismo es vital tener de contrapunto el nivel intelectual de Samantha en cuanto Sistema Operativo.

III.-Crítica filosófica:

a) La humanización de lo virtual y la virtualización de lo humano

Una de las características propias de los seres humanos es tender a “humanizar” aquellas cosas que, inherentemente, no lo son. Múltiples son los ejemplos de esta dinámica, como cuando una metáfora poética dice “el día nos sonríe”. Entendiendo que sonreír es algo propio de los humanos, es imposible que el día sonría. Lo que queremos decir aquí es que el día nos produce alegría, felicidad y simpatía, tal como lo hace una sonrisa recibida por alguien que estimamos.

Más allá del plano poético, la tendencia a humanizar la realidad tiene explicaciones psicológicas y antropológicas: solemos acceder a las cosas –tanto emocional como racionalmente- con mayor facilidad en cuanto más cerca están de nuestro parámetro de conocimiento. Por ejemplo, es mucho más fácil explicarle a un ingeniero la arquitectura a través de las matemáticas y la geometría que a través de los periodos históricos. A la vez, a un historiador se le hace más accesible la arquitectura en cuanto la empieza a estudiar según su momento en la historia más que por los cálculos en su construcción. Otro ejemplo es la capacidad de empatía que podemos tener con otros seres vivos, en este caso, con los animales. Entre más parecido a un hombre sea un animal (tanto fisiológica como cognitivamente), más empatía tendremos con él, es decir, más percepción de su dolor. Por ejemplo, nos perturba más ver el maltrato a un simio que a un pez o insecto pues podemos observar instintivamente en el simio una estructura biológica más parecida a la del humano que en los casos anteriores. Nuestra forma de conocer o empatizar con cosas nuevas radica en cuánto podemos conectarlas con cosas que ya conocemos.

En términos de especie, lo nuevo –en el caso de esta entrada al blog, lo tecnológico- es más accesible a medida que lo humanizamos. Hemos dejado de concebir las computadoras como grupos de “0 y 1” para dar paso a una informática más humanizada. Podemos pensar desde la ciencia ficción, donde los robots (Terminator, Star Wars, Transformers, Futurama, etc.) suelen tener formas humanoides, todo para poder conectarnos, de un modo u otro, con estos personajes. Se nos hace más fácil tener empatía con algo que responde a la forma o la naturaleza humana, pues sabemos de antemano que los humanos tienen sentimientos. Sólo atribuyéndole una humanización a la tecnología es cómo podemos relacionarnos con ella. El mejor ejemplo de esto es Samantha que, si bien es un Sistema Operativo, se vale de una voz y una personalidad humana para poder interactuar con Theodore y, por supuesto, con nosotros.

Pero también podemos hablar de un movimiento inverso que ha penetrado en la modernidad: la virtualización de lo humano. El siglo pasado, con todas su guerras e ideas de progreso, ha ido transformando a los hombres en cifras y números. Cuando se disfraza la realidad del hombre a través de números o estadísticas, empezamos a carecer de la posibilidad de sentir empatía con el otro. Por ejemplo, la pobreza puede ser medida y catastrada de múltiples formas, pero muchas veces se nos olvida que detrás de esos números hay gente que está sufriendo. Otro ejemplo son las redes sociales. No quiero ahondar en este tópico, pero parece claro que en nuestro mundo actual la conectividad informática, fría y superficial, ha minado las relaciones humanas de antaño. Esto saca a relucir un punto que, a mi juicio, creo que el director quiere destacar: la soledad del hombre contemporáneo.

Her, como dije anteriormente, nos lleva a la pregunta de qué es lo real, en este punto, sobre las relaciones humanas. El film no nos da respuestas, sino que nos plantea preguntas e interrogantes, pues de eso se trata el arte: de ser una piedra en el zapato. A la vez, la tarea del filósofo se identifica con la vida de Sócrates, quien nunca fue condescendiente con los habitantes de su ciudad, sino que era un “tábano en Atenas”; un mosquito que se dedicaba a sacar a la gente de su comodidad intelectual y obligarlos a pensar.

Theodore trabaja escribiendo cartas para celebrar momentos especiales. En este caso reemplaza al verdadero remitente y escribe con sentimiento a alguien que desconoce. ¿Qué tan real o qué tan falso es lo que hace Theodore? ¿Es una falsificación o un mero trabajo? ¿Son válidos, entonces, los sentimientos que despiertan esas cartas a las personas que las reciben? Sólo la reflexión sobre este punto podría tomar una entrada entera en el blog. Her nos va demostrando a través de varias escenas la aceptación de la virtualización de lo humano en nuestra cultura. La película se ambienta en un futuro, pero no muy distante, y eso nos debe hacer reflexionar. Samantha es un Sistema Operativo que dice sentir algo por Theodore. ¿Es real ese sentimiento teniendo en cuenta que Samantha no es un ser humano? ¿Es condición de un sentimiento –en vista de ser real- provenir de un ser humano o de un ser biológico? Si nuestro reloj de pulsera nos dice que nos ama, ¿sería tan válido como lo que dice Samantha? De nuevo Spike Jonze nos plantea un montón de preguntas para nuestro trabajo personal. Es la delgada línea de lo real y lo virtual en el mundo contemporáneo.

Es imposible pasar por alto en este apartado las escenas de “relaciones sexuales”. Cuando nuestro protagonista se contacta con una desconocida por internet y tienen una especie de “relación sexual” a larga distancia –bastante bizarra por lo demás- ¿Es real esta relación sexual, independiente de las condiciones, entendiendo que son dos humanos? Por otra parte, cuando Samantha y Theodore tiene su primera relación sexual, teniendo en cuenta  que habían muchos sentimientos involucrados pero Samantha no es un ser humano en cuanto tal ¿es, en este caso, una verdadera relación sexual? Creo que estas dos escenas son vitales para la reflexión última de la película: ¿qué es real? Como he reiterado, al no dar respuestas la película, la escena más potente y simbólica de toda la obra es, curiosamente, una pantalla en negro en el momento en que Theodore y Samantha se experimentan.

b) La naturaleza del amor

Nuevamente el director rehúsa darnos una respuesta directa y, en lugar de eso, nos plantea diversas preguntas para que reflexionemos sobre la naturaleza del amor. Para esto, me valdré de una cita de Samantha, la cual resume un poco la perspectiva de Spike Jonze sobre este sentimiento:

“Hoy, después de que te fuiste, pensé mucho acerca de ti y cómo me has estado tratando y pensé: ¿por qué te quiero? Y entonces sentí que todo dentro de mí soltó todo a lo que estaba aferrada. Y vi que no tenía una razón intelectual. No la necesito. Confío en mí, confío en mis sentimiento.”

Podemos ver en la película que Theodore está enamorado de Samantha. Nuestro protagonista tiene muchos problemas: es un hombre solitario y complejo que viene saliendo de una relación muy potente y padece problemas para afrontar el término de ella. Si bien sus sentimientos pueden ser complicados por su estado actual, no podemos decir que lo que él siente por Samantha no sea amor. Por otra parte, podemos ver que Samantha está enamorada de Theodore. Obviando las preguntas sobre si un sistema operativo puede tener sentimientos y si puede llegar a amar (preguntas vitales pero que se toman como presupuestos para poder acceder a la película), aparecen otras inquietudes posteriores. ¿Por qué un Sistema Operativo, que tiene una capacidad intelectual superior a la de un humano, también tiene problemas amorosos? Podemos ver que en muchos momentos de la película, Samantha puede parecer la mujer perfecta –lo cual fue una de las críticas insustanciales de esta obra-, pero aun así sigue teniendo problemas en la relación con Theodore. ¿Qué nos quiere decir el director con esta paradoja? Una primera parada para la reflexión es tener en cuenta que las relaciones amorosas no son unidireccionales, es decir, se componen de dos partes; en este caso, de Theodore y Samantha. Quizás por esto la relación no podía ser perfecta, pues al ser un compuesto de dos subjetividades, siempre habrá lugar para un grado importante de incapacidad de comunicar lo más íntimo y profundo. Theodore, para Samantha, seguía teniendo un grado de misterior por muy inteligente que fuera. Esto nos dice que toda relación amorosa (más allá de la que se deja apreciar en la película) es imperfecta. ¿Pero son acaso las relaciones amorosas perfectas? Pocos de nosotros diríamos que sí, pero esto levanta otra pregunta: si la relación de Theodore con Samantha era imperfecta, como todas las otras relaciones humanas, ¿no la hace entonces una relación real? Aquí desaparece la unidireccionalidad de una falsa y perfecta relación virtual y aparece el conflicto de las relaciones reales, lo que le confiere a Samantha una individualidad, una personalidad y una subjetividad ¿Comprueba que Samantha, si bien no es humano, también es persona? La película nos responde con silencio para dar lugar a nuestra propia reflexión.

Otra respuesta que podemos obtener a la pregunta sobre la naturaleza del amor estriba en la misma cita anterior: no tener una razón intelectual. Nuevas preguntas se nos aparecen porque Samantha es un sistema operativo que puede desarrollar el amor sólo en cuanto puede tener una inteligencia superior a la de cualquier otro programa virtual (aunque se puede extraer la tesis de que este sentimiento puede ser tan sólo una programación artificial). Es decir, que para amar en cuanto ser humano, hay que tener cierto grado de razón pero, curiosamente, los humanos sabemos que el amor muchas veces está lejos de ser algo racional. Podemos decir que otros seres, como los animales, pueden sentir algo por una pareja, pero me parece claro que lo que representa Shakespeare en Romeo y Julieta es inmensamente mayor que lo que se puede observar en los seres no racionales. Las preguntas empiezan a  brotar entonces: ¿Cuál es el mínimo racional para poder decir que un ser siente amor? ¿Puede sentir lo mismo un pepino de mar que un delfín respecto al “amor” (suponiendo que pueda sentir amor el delfín)? Y si un ser escasamente racional puede sentir amor, ¿Por qué no Samantha? Tan sólo este punto ha dado a luz cientos de libros, y no podemos pasar por alto las diferencias entre sentimiento, pasión, emoción y voluntad que, por razones de tiempo y espacio, no podremos pincelar en esta entrada. La película calla respecto a las anteriores interrogantes.

Pero respecto a este mismo punto, el film nos ofrece algo más, algo que escapaba a cualquier reflexión anterior del amor: Samantha, al volverse más y más inteligente, va amando de maneras que escapan a nuestra forma de amar como humanos. La forma en que Theodore se enfrenta a esta nueva Samantha debe ser uno de los puntos más álgidos de la película. Samantha, al ser más inteligente, también ama de otra manera (quizás superior). Para ilustrarlo, pondré un ejemplo análogo. Cuando alguien escucha a Beethoven, y nunca antes había escuchado música docta sino popular y urbana, la forma en que lo afecta no se puede comparar a aquel que ha estudiado toda su vida en un conservatorio musical. Es decir, si bien el arte está en otra esfera distinta a la racionalidad en cuanto tal, ciertamente tiene un correlato intelectual importante por el cual se hace apreciable. Aparece una paradoja en el amor de Samantha: si bien dice que la base de su amor no era una razón intelectual, su forma de amar cambia (evoluciona, se perfecciona, se corroe; elija usted el verbo) en cuanto se vuelve más y más inteligente, tanto que nosotros, como seres humanos, ya no podemos entender su forma de amar así como un animal no podría entender la forma de amar de nosotros. Por esta razón las crípticas palabras casi al final de la película muestran el límite de nuestra capacidad racional respecto al nuevo estado intelectual y emotivo de Samantha:

“Es como si estuviera leyendo un libro y es un libro que amo profundamente. Pero ahora lo leo muy lentamente. Así que las palabras están muy separadas y el espacio entre las palabras es casi infinito. Aún puedo sentirte a ti y a las palabras de nuestra historia. Pero es en este espacio infinito entre las palabras que me estoy encontrando a mí misma. Es un lugar que no existe en el plano físico. Es donde está todo lo demás que ni siquiera sabía que existía.

– Sin importar cuanto lo quiera, ya no puedo vivir en tu libro.
– ¿Adónde iras?
– Sería difícil de explicar. Pero si alguna vez llegas ahí ven a buscarme. Nada nos separaría jamás.
– Jamás he amado a alguien de la forma que te amo a ti.
– Yo tampoco. Ahora ya lo sabemos.”

No podemos saber a ciencia cierta lo que quieren trasmitir estas palabras porque el lugar intelectual desde donde reflexiona Samantha está muy por encima de nosotros. Es como intentar entender una esfera tan sólo en dos dimensiones. De todas maneras podemos atisbar un poco de su significado.

Y si todo esto sobre la naturaleza del amor no nos basta, ¿puede ser el amor de otro modo? ¿Pueden ser todas las cosas de otro modo? Capital interrogante que nos presenta la película a través de una escena hilarante: ¿Podríamos tener el agujero del culo en el sobaco? ¿Creemos que está bien donde está porque nos hemos acostumbrado a tenerlo ahí? Theodore responde desde la intelectualidad, evadiendo la verdadera pregunta filosófica. Solo Spike Jonze podría ocultar tan bien una de las preguntas más filosóficas entre risas y estupideces. Aquí radica la maravilla de Her.

c) ¿Qué es una persona?

Más allá de la clásica definición de Boecio en el siglo VI (substancia individual de naturaleza racional), Her nos trae a colación una pregunta práctica sobre qué es una persona. ¿Qué es lo fundamental para aceptar que algo es una persona? ¿Nuestro cuerpo? ¿Nuestra mente? ¿Ambas? ¿Una proporción de cuerpo y mente? Hay que ser muy meticuloso con esta reflexión porque es aceptado que un cuerpo sin capacidad cognitiva es una persona (ej. estar en estado vegetal), pero tomar como punto gravitante la corporalidad de la persona es también muy reduccionista. No por nada se le tiene respeto a nuestros antepasado, y son considerados como personas (tanto filosófica como jurídicamente) aunque ya no son siquiera cuerpo. Si el cuerpo es lo que garantiza el hecho de ser persona, Samantha no lo es. En cambio, si la mente es lo que nos hace personas, Samantha no es menos persona que Theodore. El problema es que el conflicto de la obra gira en torno a que la relación de ambos es “no-natural”, es decir, nos incomoda pensar que Samantha puede llegar a ser una persona. Samantha piensa, siente y ama, pero no tiene cuerpo. Así como hay gente que se siente prisionera en su cuerpo, Samantha está prisionera de su incorporeidad. ¿Existimos nosotros más allá de este “saco de carne”? ¿Tiene autonomía nuestra racionalidad? Si lo que importa es aquello que “va por dentro”, no somos tan diferentes de Samantha, y es justamente por eso que logramos enamorarnos de ella sabiendo que no es como nosotros. Toda esta reflexión puede complicarse aún más si introducimos el concepto de “alma”, tan caro a la filosofía contemporánea. La película carece de respuestas y nos obliga a enfrentarnos a nuestra propia condición de humanos, a nuestra propia existencia. ¿Qué soy yo?

d) Otros tópicos para pensar

Las preguntas de la tecnología son preguntas sobre el hombre

“El hombre es la medida de todas las cosas” decía Protágoras. Más allá del relativismo que encierra esta afirmación, quedémonos con la idea de que las preguntas que formula el hombre siempre tienen relación consigo mismo. Cuando el hombre miraba al cielo en la antigüedad, calculando la trayectoria de las estrellas y planetas, implícitamente se encontraba la pregunta sobre su propio lugar en el cosmos. Así, muchas ideas que han rondado la ciencia, tanto desde sus albores hasta la actualidad, tienen como contrapunto al hombre en su reflexión. Por ejemplo, las preguntas sobre el aborto, la eutanasia o la pena de muerte, más que ser un mero debate legal, apuntan a la pregunta sobre la vida, específicamente la vida del hombre.

De esta misma manera, las preguntas que plantea Jonze en esta película no son tanto sobre la condición de inteligencia o amor en un Sistema Operativo, sino qué es el amor para el hombre, qué es ser persona, qué es real, etc. Entre más nos acerquemos a crear una inteligencia artificial, más relevante será la pregunta de qué es la inteligencia en el hombre. De hecho, nunca podremos llamar “inteligencia artificial” en el completo sentido de la expresión a alguna creación propia a menos que hayamos descubierto qué es la inteligencia. Conocernos a nosotros viene a ser condición necesaria para resolver muchas preguntas de la modernidad.

La ciencia y la sociedad no avanzan a la misma velocidad

Es evidente que la tecnología avanza a pasos agigantados. A la vez, como sociedad, llegamos tarde para pensar en ciertos asuntos que la técnica va abarcando. La reflexión ética y política toma su tiempo –de hecho, no ha avanzado mucho en los últimos veinticinco siglos-, mientras que la ciencia parece no tener límites en su actuar. Her nos muestra un futuro cercano donde somos muy dependientes de la tecnología, pero a la vez no podemos compensarla con ciertas necesidades naturales que empiezan a atrofiarse. Estamos cada vez más conectados en redes sociales, pero carecemos de amigos de verdad. La amistad que conseguimos muchas veces a través de la tecnología es falsa, insustancial. ¿Debemos ponerle un límite al proceder de la tecnología? Esta pregunta encontrará tanto a adherentes como detractores. Pero la responsabilidad moral sigue recayendo en nosotros, ciudadanos del presente, para no terminar en un futuro como el de Theodore. Cuando los científicos tengan la capacidad de crear inteligencias artificiales que puedan reemplazar las relaciones humanas, ¿tendremos la suficiente entereza para detenerlos? ¿Es acaso la ciencia una entidad que no se subsume a las estancadas condiciones humanas? O, por el contrario ¿es la ciencia una herramienta al servicio del hombre, cuya finalidad es ayudarlo en lugar de atrofiarlo? Her nos plantea estas interrogantes a través de una bella historia de amor de la cual no queremos ser personajes.

La condición de soledad del hombre contemporáneo

De la mano de la reflexión anterior, el hombre contemporáneo parece estar en una soledad agobiante, tanto como individuo como especie. La búsqueda de vida en otros planetas, así como la necesidad de crear inteligencia artificial, es síntoma de la radical soledad que tiene el hombre en el cosmos; necesitamos saber que no estamos solos y otra vez la pregunta se dirige al hombre. En Her, Theodore es movido por su soledad (amplificada por una ruptura amorosa) a aceptar una cita a ciegas (Olivia Wilde). Incluso frente a esta increíble mujer y en la necesidad que se encontraba el protagonista, esgrime un no como respuesta. ¿Por qué? Probablemente por otro factor del mundo contemporáneo: la inmediatez de la vida.

Vivimos en la sociedad de lo inmediato. Podría redactar largas líneas sobre cómo ha cambiado la sociedad en términos de rapidez para movilizarse, comunicarse, trabajar, etc., pero me detendré en cómo esto afecta las relaciones de pareja. Antiguamente, con todos los problemas que implicaba relacionarse con alguien, tener una relación de pareja implicaba un proyecto, un trabajo. Quizás al principio no había tanto amor, tanta pasión, pero uno terminaba cultivándola y queriendo a la otra persona. En la sociedad de lo inmediato, si una persona no llega con las características específicas que se deseaban, simplemente no se acepta y se busca otra persona. Nos hemos acostumbrado a pedir pizzas, no a prepararlas. Theodore es víctima de este problema: Samantha es más complaciente que la mujer de la cita a ciegas. Theodore puede encender su relación por la mañana y apagarla por la noche. De cierto modo, tiene todo el control. Su cita a ciegas pudo haber sido una relación que debiera trabajar, pulir, aceptar problemas y diferencias, pero en la sociedad de lo inmediato Theodore se quedó con Samantha, quien carece de cuerpo pero es inmediata.

IV.-Epílogo sobre la ciencia ficción

Este epílogo tiene la idea de preguntarnos cómo vemos el futuro trágico a través del cine de ficción, específicamente comparando Her a otras películas.

Ciertamente Her se parece más a películas como El Hombre Bicentenario o IA, pero no por eso no podemos compararla con otras películas que quieren echar un vistazo hacia el futuro. Lo interesante es que hace un par de décadas, cuando la literatura o el cine intentaban atisbar como sería el futuro, solían imaginarlo con luces de neón y una tecnología que para nosotros ya parece precaria. La mayor parte de los adelantos tecnológicos que tenemos no fueron previstos y, por otro lado, los que se esperaban no han llegado –por ejemplo, autos voladores. Pero un tópico que muchas obras de ciencia ficción han tomado casi desde una perspectiva similar es el fin de la sociedad tal como la conocemos.

Podemos pensar en Terminator donde la revolución de las maquinas –robots humanoides- asola lo que queda de humanidad. También tenemos un escenario parecido en Matrix, Blade Runner e incluso en Yo, Robot. Lo que todos estos escenarios tienen en común es un miedo a los ribetes que puede tomar la tecnología, específicamente la inteligencia artificial. Los personajes de estas obras se rebelan contra el imperio tiránico de las maquinas que suelen someterlos. La tecnología se ha vuelto loca y ahora nos controla, nos somete y nos destruye. Definitivamente es un escenario apocalíptico pero, a mi juicio, está lejos de la realidad.

Jonze, sin proponérselo quizás, nos plantea otro tipo de escenario, uno que podría ser aún más terrible. En este nuevo apocalipsis, nosotros mismos nos esclavizamos a las maquinas, a la tecnología. No nos oponemos a ellas, sino que las invitamos a entrar a lo más profundo de nuestra intimidad, vaciándonos desde adentro. La relación con la inteligencia artificial, curiosamente, no va a ser de carácter racional, sino emocional. Le rogaremos a las maquinas que nos dominen, que se vuelvan nuestros esposos y esposas, que nos complazcan y no nos critiquen. En definitiva  que nos lleven a nuestro apocalipsis. No habrá una lucha a muerte entre los humanos y los robots, sino una simbiosis complaciente, destructiva.

El apocalipsis clásico de la ciencia ficción tiene un toque heroico: el hombre se cuestiona su posición, se rebela, lucha y, en el peor de los casos, desaparece. En el apocalipsis de la nueva ciencia ficción el hombre es complacido, por lo cual desaparece el cuestionamiento –la filosofía- y cae lentamente en una vorágine de placer hasta que perdemos la conciencia de nosotros mismos.