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¿Occidente contra el Islam?

Posted in Ética y política with tags , , , , , , , , on diciembre 24, 2015 by Camilo Pino

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Columna escrita para El Muro Digital el 14 de diciembre del 2015

A raíz de los múltiples atentados terroristas que han acaecido durante el último tiempo, es cada vez más fácil encontrar en las redes sociales expresiones como que «el Occidente está en guerra contra el islam». Como chilenos hemos tenido la suerte de no estar envueltos en los ataques terroristas y, por lo mismo, podemos observar desde una cierta distancia el hecho de que no es el «Occidente» en cuanto tal el que está inmerso en esta «guerra». A la vez, es claro que tampoco la lucha es contra todo el islam, sino contra cierto grupo que profesa esa religión. En esta columna pretendo hacer un ejercicio crítico-filosófico para mostrar que la narrativa de «Occidente contra el islam», más que ser un recurso retórico de las potencias de nuestro lado del globo, favorece mucho más a grupos terroristas como Isis.

Primero que todo, tenemos una visión antropológica que alimenta esta narrativa. Muchas veces se oculta bajo la expresión «Occidente contra el islam» la intolerancia religiosa, el fanatismo y también el racismo. Todos estos son horribles vicios que ven a aquellos que son diferentes como enemigos e inferiores, inexcusables de ser exterminados. Además esta narrativa reduce la realidad a la dicotomía de «los buenos contra los malos». Pensar que somos de «los buenos» reconforta y le entrega sentido a la vida, y es claro que en la modernidad la falta de sentido de la vida es un mal que nos atormenta. Esto lleva a querer validar la guerra contra el islam como una epopeya moderna.

Pero también tenemos un factor político que puede sustentar esta narrativa. La historia de la política nos ha mostrado que, incluso en la actualidad, no hay mejor forma de crear cohesión interna en un Estado que el hecho de tener un enemigo en común. Una narrativa de este tipo no sólo sirve para distraer la atención de los problemas internos de los países, sino que también hace viable el aplicar normas de represión social dentro de la nación y políticas externas de tono beligerante. Estas últimas serían claramente rechazadas por la ciudadanía en un contexto distinto. De esta forma, la narrativa «Occidente contra el islam» favorece tanto a ciertos países occidentales como a los radicales musulmanes.

Si bien los dos puntos anteriores sirven como base para entender la narrativa de «Occidente contra el islam», es necesario enfocarnos en otros aspectos de este asunto para entender verdaderamente los ribetes que tiene esta expresión, qué es lo que conlleva y si es justificado su uso.

Primero que todo, debemos detenernos a pensar a qué nos referimos con «Occidente». Podríamos definir «Occidente» a través de sus naciones, pero es justo aquí donde la cosa se vuelve complicada. Ciertamente Alemania, Francia, Estados Unidos y otros países pueden servir de referentes, ¿pero qué pasa con Rusia? No hay que remontarse mucho en la historia como para recordar que hubo una narrativa de «Occidente contra la Unión Soviética (Rusia)» hace algún tiempo. Pero claramente Rusia ha sido víctima de ataques terroristas y ha decidido tomar represalias junto con Francia contra el Estado Islámico. ¿Y qué ocurre con América Latina? No hemos tenido el mismo tipo de experiencias terroristas que Francia o Estados Unidos, ni tampoco hemos hecho intervenciones militares en Medio Oriente. No son pocos los pensadores que definen a América Latina como «el otro Occidente», algo así como el pariente desagradable de las otras naciones occidentales ya nombradas. ¿Estamos también en guerra contra el islam? No busco dar una definición exacta de «Occidente» en esta ocasión, sino plantear dudas y preguntas, que valen mucho más.

Pero decir, en caso inverso, que se declaró una guerra a Occidente por parte del islam también tiene sus complicaciones. Los grupos terroristas como Isis afirman que luchan por el islam contra Occidente, pero es claro que la mayor parte de los musulmanes no están alineados con esta posición. Es evidente que la lucha de Occidente no es contra el islam, sino con cierto grupo de radicales musulmanes. Si nos detenemos a pensar, estos musulmanes no sólo están en guerra contra Occidente, sino que también contra otros musulmanes; hasta ahora Isis ha asesinado a muchos más musulmanes que a occidentales. Estas disquisiciones que parecen ser evidentes no deben obviarse de todos modos: Donald Trump, quien podría llegar a ser presidente de Estados Unidos, es quien más hace hincapié en la congruencia entre terrorismo e islam.

En caso de que los estadounidenses se tomaran en serio la proposición de Donal Trump de declararle la guerra al islam, tendrían no pocas complicaciones éticas. Si bien hay países islámicos que son hostiles a Estados Unidos –como Siria o Irán-, también hay otros países alineados con el islam que son neutrales e incluso proclives a los norteamericanos –como Egipto, Arabia Saudita o Pakistán. Una guerra contra el islam implicaría atacar a estos últimos países, lo cual es éticamente cuestionable. En la misma línea de reflexión, es evidente que también hay muchos países aliados que tiene una importante población musulmana, como Francia. ¿Cómo actuaría Estados unidos respecto a ellos? ¿Y cómo actuaría respecto a su propia población musulmana?

También tenemos que detenernos a pensar cómo sería ganar una guerra contra el islam, es decir, cuáles son las condiciones que podríamos entender como una victoria en una guerra. Se suele pensar que la finalidad de la guerra es eliminar al enemigo, pero esto es impreciso y éticamente incorrecto. Ganar una guerra es «aniquilar militarmente al adversario e imponerle condiciones para el retorno al estado de paz» (v. San Petersburgo Decl. 1868). De todas maneras, la guerra contra una religión es profundamente diferente a la guerra que puede haber entre dos Estados. Intentar aniquilar el islam -tanto por la conversión forzosa de sus creyentes así como por su exterminio- es atacar directamente la fe de las personas, violando el derecho de la libertad de culto. De todas maneras, podemos pensar en formas «alternativas» de victoria, como por ejemplo, obligar al islam a rendirse y que empiece a comportarse de una manera tal que sea aprobada por Occidente. El problema de esto es que desde la abolición del califato, el islam quedó sin un liderazgo global (y la Liga Mundial Islámica no funciona como el Vaticano), por lo cual es muy difícil que esta religión se entienda como rendida tan sólo porque un grupo de sus adherentes decide someterse a las obligaciones de Occidente.

Pero también podemos ponernos en una posición más suspicaz sobre la narrativa de «Occidente contra el islam» y la consecución de la victoria sobre este último. Puede que no haya ningún afán de derrotar al Estado Islámico por parte de Occidente, sino que su existencia es instrumental para poder encausar artificialmente los votos de las personas, junto con la posibilidad de suprimir ciertas libertades y restringir algunos derechos, todo con el favor de la misma gente que es perjudicada. A la vez, justificaría un aumento en el gasto militar por parte de los países además de la posibilidad de hacer intervenciones militares en el Medio Oriente (en especial donde haya petróleo). La lucha contra el islam no sería más que otro capítulo en el largo libro de búsqueda de enemigos para poder justificar acciones por parte del Estado que de manera normal serían reprobables.

Un buen contraargumento a la postura anterior es que, si bien la narrativa es la guerra de «Occidente contra el islam», es claro que a quienes se busca atacar son los grupos terroristas extremistas como Isis y no a todos los musulmanes. La mayor parte de los problemas que se expresan en los párrafos anteriores tienen su raíz en creer falazmente que hay una congruencia entre islam y musulmanes radicales. Si se entiende que no todos los musulmanes son radicales y que muchos de ellos pueden ser nuestros aliados en la guerra contra Isis, no habría necesidad de atacar países aliados o población musulmana en Estados occidentales

Siguiendo con nuestra reflexión crítica sobre la narrativa, y asumiendo que la guerra no es contra el islam en sí, sino contra los musulmanes radicales, es justificado hacer la siguiente pregunta: ¿Quiénes son los musulmanes radicales? Me explico: se puede ser católico radical o protestante radical sin que por esto se vaya a matar a alguien, es decir, se puede ser radicalmente religioso sin que por esto se busque asesinar a otras personas a través de atentados terroristas. Caemos de nuevo en el problema de usar dos conceptos que, si bien pueden estar muy relacionados, no se identifican. En este caso es asumir que los musulmanes radicales son idénticos a terroristas que realizan actos atroces y se autodenominan islamistas. Esto es muy importante porque demuestra que, entonces, no es legítimo argumentar sobre una guerra contra el islam, ni siquiera contra los musulmanes radicales, sino que es un conflicto contra un grupo de terroristas. Hay que notar que el hecho de que se autodenominen musulmanes no tiene una implicancia mayor que si se llamaran a sí mismos cristianos, budistas, etc., pues el punto es que aquí se está lidiando contra criminales. Por lo anterior, no es una guerra contra una religión o una falange de ésta, sino un conflicto contra unos criminales.

Entonces, cuando usamos narrativas como «Occidente contra el islam» o incluso «Occidente contra los musulmanes radicales», lo que logramos es concederle un gran favor a grupos terroristas como Isis, pues son justamente ellos quien intentan mostrar al mundo que esto es una guerra entre Occidente y el islam, y no lo que verdaderamente es: un conflicto con criminales que se amparan bajo una religión. Si podemos abandonar esta narrativa, acabaremos con la dicotomía de Occidente-islam, volveremos a ver la dignidad y estatuto propio de los musulmanes así como de cualquier otra religión y, en el mejor de los casos, ganaremos un nuevo aliado en la lucha contra el terrorismo.

En conclusión, es un error comprometerse con la narrativa actual de «Occidente contra el islam», incluso también con su variante «Occidente contra los musulmanes radicales», pues es justamente lo que los terroristas quieren que hagamos. La realidad de las circunstancias es una actualización del conflicto contra los terroristas, no una guerra contra una religión. Como sociedad global, es un imperativo seguir trabajando en la lucha contra el terrorismo, tanto para proteger a «Occidente» como al islam.