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¿Occidente contra el Islam?

Posted in Ética y política with tags , , , , , , , , on diciembre 24, 2015 by Camilo Pino

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Columna escrita para El Muro Digital el 14 de diciembre del 2015

A raíz de los múltiples atentados terroristas que han acaecido durante el último tiempo, es cada vez más fácil encontrar en las redes sociales expresiones como que «el Occidente está en guerra contra el islam». Como chilenos hemos tenido la suerte de no estar envueltos en los ataques terroristas y, por lo mismo, podemos observar desde una cierta distancia el hecho de que no es el «Occidente» en cuanto tal el que está inmerso en esta «guerra». A la vez, es claro que tampoco la lucha es contra todo el islam, sino contra cierto grupo que profesa esa religión. En esta columna pretendo hacer un ejercicio crítico-filosófico para mostrar que la narrativa de «Occidente contra el islam», más que ser un recurso retórico de las potencias de nuestro lado del globo, favorece mucho más a grupos terroristas como Isis.

Primero que todo, tenemos una visión antropológica que alimenta esta narrativa. Muchas veces se oculta bajo la expresión «Occidente contra el islam» la intolerancia religiosa, el fanatismo y también el racismo. Todos estos son horribles vicios que ven a aquellos que son diferentes como enemigos e inferiores, inexcusables de ser exterminados. Además esta narrativa reduce la realidad a la dicotomía de «los buenos contra los malos». Pensar que somos de «los buenos» reconforta y le entrega sentido a la vida, y es claro que en la modernidad la falta de sentido de la vida es un mal que nos atormenta. Esto lleva a querer validar la guerra contra el islam como una epopeya moderna.

Pero también tenemos un factor político que puede sustentar esta narrativa. La historia de la política nos ha mostrado que, incluso en la actualidad, no hay mejor forma de crear cohesión interna en un Estado que el hecho de tener un enemigo en común. Una narrativa de este tipo no sólo sirve para distraer la atención de los problemas internos de los países, sino que también hace viable el aplicar normas de represión social dentro de la nación y políticas externas de tono beligerante. Estas últimas serían claramente rechazadas por la ciudadanía en un contexto distinto. De esta forma, la narrativa «Occidente contra el islam» favorece tanto a ciertos países occidentales como a los radicales musulmanes.

Si bien los dos puntos anteriores sirven como base para entender la narrativa de «Occidente contra el islam», es necesario enfocarnos en otros aspectos de este asunto para entender verdaderamente los ribetes que tiene esta expresión, qué es lo que conlleva y si es justificado su uso.

Primero que todo, debemos detenernos a pensar a qué nos referimos con «Occidente». Podríamos definir «Occidente» a través de sus naciones, pero es justo aquí donde la cosa se vuelve complicada. Ciertamente Alemania, Francia, Estados Unidos y otros países pueden servir de referentes, ¿pero qué pasa con Rusia? No hay que remontarse mucho en la historia como para recordar que hubo una narrativa de «Occidente contra la Unión Soviética (Rusia)» hace algún tiempo. Pero claramente Rusia ha sido víctima de ataques terroristas y ha decidido tomar represalias junto con Francia contra el Estado Islámico. ¿Y qué ocurre con América Latina? No hemos tenido el mismo tipo de experiencias terroristas que Francia o Estados Unidos, ni tampoco hemos hecho intervenciones militares en Medio Oriente. No son pocos los pensadores que definen a América Latina como «el otro Occidente», algo así como el pariente desagradable de las otras naciones occidentales ya nombradas. ¿Estamos también en guerra contra el islam? No busco dar una definición exacta de «Occidente» en esta ocasión, sino plantear dudas y preguntas, que valen mucho más.

Pero decir, en caso inverso, que se declaró una guerra a Occidente por parte del islam también tiene sus complicaciones. Los grupos terroristas como Isis afirman que luchan por el islam contra Occidente, pero es claro que la mayor parte de los musulmanes no están alineados con esta posición. Es evidente que la lucha de Occidente no es contra el islam, sino con cierto grupo de radicales musulmanes. Si nos detenemos a pensar, estos musulmanes no sólo están en guerra contra Occidente, sino que también contra otros musulmanes; hasta ahora Isis ha asesinado a muchos más musulmanes que a occidentales. Estas disquisiciones que parecen ser evidentes no deben obviarse de todos modos: Donald Trump, quien podría llegar a ser presidente de Estados Unidos, es quien más hace hincapié en la congruencia entre terrorismo e islam.

En caso de que los estadounidenses se tomaran en serio la proposición de Donal Trump de declararle la guerra al islam, tendrían no pocas complicaciones éticas. Si bien hay países islámicos que son hostiles a Estados Unidos –como Siria o Irán-, también hay otros países alineados con el islam que son neutrales e incluso proclives a los norteamericanos –como Egipto, Arabia Saudita o Pakistán. Una guerra contra el islam implicaría atacar a estos últimos países, lo cual es éticamente cuestionable. En la misma línea de reflexión, es evidente que también hay muchos países aliados que tiene una importante población musulmana, como Francia. ¿Cómo actuaría Estados unidos respecto a ellos? ¿Y cómo actuaría respecto a su propia población musulmana?

También tenemos que detenernos a pensar cómo sería ganar una guerra contra el islam, es decir, cuáles son las condiciones que podríamos entender como una victoria en una guerra. Se suele pensar que la finalidad de la guerra es eliminar al enemigo, pero esto es impreciso y éticamente incorrecto. Ganar una guerra es «aniquilar militarmente al adversario e imponerle condiciones para el retorno al estado de paz» (v. San Petersburgo Decl. 1868). De todas maneras, la guerra contra una religión es profundamente diferente a la guerra que puede haber entre dos Estados. Intentar aniquilar el islam -tanto por la conversión forzosa de sus creyentes así como por su exterminio- es atacar directamente la fe de las personas, violando el derecho de la libertad de culto. De todas maneras, podemos pensar en formas «alternativas» de victoria, como por ejemplo, obligar al islam a rendirse y que empiece a comportarse de una manera tal que sea aprobada por Occidente. El problema de esto es que desde la abolición del califato, el islam quedó sin un liderazgo global (y la Liga Mundial Islámica no funciona como el Vaticano), por lo cual es muy difícil que esta religión se entienda como rendida tan sólo porque un grupo de sus adherentes decide someterse a las obligaciones de Occidente.

Pero también podemos ponernos en una posición más suspicaz sobre la narrativa de «Occidente contra el islam» y la consecución de la victoria sobre este último. Puede que no haya ningún afán de derrotar al Estado Islámico por parte de Occidente, sino que su existencia es instrumental para poder encausar artificialmente los votos de las personas, junto con la posibilidad de suprimir ciertas libertades y restringir algunos derechos, todo con el favor de la misma gente que es perjudicada. A la vez, justificaría un aumento en el gasto militar por parte de los países además de la posibilidad de hacer intervenciones militares en el Medio Oriente (en especial donde haya petróleo). La lucha contra el islam no sería más que otro capítulo en el largo libro de búsqueda de enemigos para poder justificar acciones por parte del Estado que de manera normal serían reprobables.

Un buen contraargumento a la postura anterior es que, si bien la narrativa es la guerra de «Occidente contra el islam», es claro que a quienes se busca atacar son los grupos terroristas extremistas como Isis y no a todos los musulmanes. La mayor parte de los problemas que se expresan en los párrafos anteriores tienen su raíz en creer falazmente que hay una congruencia entre islam y musulmanes radicales. Si se entiende que no todos los musulmanes son radicales y que muchos de ellos pueden ser nuestros aliados en la guerra contra Isis, no habría necesidad de atacar países aliados o población musulmana en Estados occidentales

Siguiendo con nuestra reflexión crítica sobre la narrativa, y asumiendo que la guerra no es contra el islam en sí, sino contra los musulmanes radicales, es justificado hacer la siguiente pregunta: ¿Quiénes son los musulmanes radicales? Me explico: se puede ser católico radical o protestante radical sin que por esto se vaya a matar a alguien, es decir, se puede ser radicalmente religioso sin que por esto se busque asesinar a otras personas a través de atentados terroristas. Caemos de nuevo en el problema de usar dos conceptos que, si bien pueden estar muy relacionados, no se identifican. En este caso es asumir que los musulmanes radicales son idénticos a terroristas que realizan actos atroces y se autodenominan islamistas. Esto es muy importante porque demuestra que, entonces, no es legítimo argumentar sobre una guerra contra el islam, ni siquiera contra los musulmanes radicales, sino que es un conflicto contra un grupo de terroristas. Hay que notar que el hecho de que se autodenominen musulmanes no tiene una implicancia mayor que si se llamaran a sí mismos cristianos, budistas, etc., pues el punto es que aquí se está lidiando contra criminales. Por lo anterior, no es una guerra contra una religión o una falange de ésta, sino un conflicto contra unos criminales.

Entonces, cuando usamos narrativas como «Occidente contra el islam» o incluso «Occidente contra los musulmanes radicales», lo que logramos es concederle un gran favor a grupos terroristas como Isis, pues son justamente ellos quien intentan mostrar al mundo que esto es una guerra entre Occidente y el islam, y no lo que verdaderamente es: un conflicto con criminales que se amparan bajo una religión. Si podemos abandonar esta narrativa, acabaremos con la dicotomía de Occidente-islam, volveremos a ver la dignidad y estatuto propio de los musulmanes así como de cualquier otra religión y, en el mejor de los casos, ganaremos un nuevo aliado en la lucha contra el terrorismo.

En conclusión, es un error comprometerse con la narrativa actual de «Occidente contra el islam», incluso también con su variante «Occidente contra los musulmanes radicales», pues es justamente lo que los terroristas quieren que hagamos. La realidad de las circunstancias es una actualización del conflicto contra los terroristas, no una guerra contra una religión. Como sociedad global, es un imperativo seguir trabajando en la lucha contra el terrorismo, tanto para proteger a «Occidente» como al islam.

Filosofía y ateísmo: una perspectiva personal

Posted in Filosofía with tags , , , , , , , , , , , on octubre 8, 2013 by Camilo Pino

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Cuando le digo a la gente que estudio filosofía, muchos de ellos asumen que soy ateo, y no solo eso, sino que soy una persona que se opone rotundamente a la religión y por ende se alegran un poco. La mayor parte de esta gente se caracteriza por nombrarse de manera autorreferente como “intelectuales”. Para su mala suerte les digo que este no es el caso, que no soy ateo. Es muy común que la gente que intente darse un aire intelectual pase por una fase de anti-religión de todos modos. La mayor parte de ellos encuentran bastantes argumentos de peso contra la religión. La mayor parte de ellos están enojados con las conductas de aquellas personas que se hacen llamar religiosos, tanto católicos como de otras religiones, tanto laicos como sacerdotes. La mayor parte de ellos notan que ser ateo es un singo muy claro de ser intelectual y, por supuesto, la mayor parte de ellos encuentra cierto placer en debatir contra estúpidos creyentes.

A medida que uno va creciendo -y la edad le empieza a dar más sabiduría- la lucha personal en contra de la religión empieza a decaer. Una de las principales razones por las que ocurre esto es que (desde mi vida personal como filósofo) se empiezan a entender mejor y más profundamente los argumentos a favor y en contra de la religión a la vez que las reflexiones en torno a la ética y a la metafísica se vuelven más complejas. Desde una perspectiva realmente intelectual es muy difícil pasar por alto o descartar los argumentos a favor de la existencia de Dios por parte de genios como Aristóteles, Santo Tomás de Aquino, Spinoza, Leibniz, Descartes y muchísimos otros. No por esto hay que tomar por hecho la existencia de Dios. Incluso puede ser que no exista, pero lo importante aquí es notar que la batalla acerca de la existencia de Dios está por lejos de ser finalizada y hay muy buenos argumentos a su favor. Otra importante razón es que, contrario a lo que le parezca al grueso de los intelectuales, la filosofía le enseña a uno a ser más humilde. Creer algo -porque el ateísmo también es una creencia- por el mero hecho de hacerte sentir  superior al común de la gente empieza a parecer un sinsentido. Por otra parte también tengo un odio por las conductas de muchas personas religiosas, como por ejemplo las violaciones de menores por parte de miembros de distintas iglesias y, obviamente, los atentados terroristas de los radicales islámicos. La diferencia es que el pensamiento crítico ayuda a reconocer la notoria línea entre lo que es una creencia y aquellos que sostienen esa creencia. Como filósofo estoy en contra de todos aquellos que usan la religión para justificar y avalar sus actos malvados, sus odios irracionales y los prejuicios discriminativos. Pero como filósofo me opongo a ellos por ser personas malvadas, no por ser personas religiosas.

Por otra parte, nunca he tenido una experiencia religiosa que me haya hecho sentar las bases de mi creencia. Nunca he podido encontrar una sensación, una emoción, un hecho o un algo que me de la fe para creer y así convencerme de que debo seguir ese camino y no otro. No me parece que deba creer porque me hayan criado así desde niño. No puedo creer porque toda mi familia crea. No puedo creer solo porque la mayor parte de la gente cree lo mismo. No puedo creer tan sólo porque las personas que más admiro en la vida también sean creyentes. No puedo creer porque un libro dice que es verdad. La creencia que tengo radica en los conocimientos filosóficos que he adquirido a través del estudio de estos temas.

Habrán notado ya que la vida de un filósofo muchas veces tiene un carácter angustiante. Lo paradójico de todo esto es que quiero creer (como dice Fox Mulder). ¿Acaso ustedes no desearían una vida llena de un profundo y trascendente significado donde el mal, al final de cuentas, sea castigado, los buenos sean recompensados y tengamos una vida después de ésta de eterna felicidad y armonía todos juntos? Creo que cualquier persona que lo piense detenidamente encontrará atractiva esta propuesta. Lamentablemente, como filósofo, conozco muy bien la división lo que se desea que sea verdad y lo que es verdad, y estos son dos distintos ámbitos para mí. Kant, un filósofo pietista, podría decirnos “a veces hay que actuar como si Dios existiera”.

En el punto de mi vida en el que me encuentro, rechazo el intransigente dogmatismo de la postura atea (¿paradójico no?) tanto como el fanatismo teísta. El problema es que, para serles sincero, la religión es un tema mucho más complejo para mi que el creer o no creer. En estos años en la universidad, cada vez que hablo con alguien sobre lo que es la fe y lo que es Dios, suelen lanzarme una avalancha de palabras y frases prefabricadas, muchas veces vacías, sin que entiendan realmente su sentido y mucho menos lo que ellos mismos dicen creer. ¡Aun peor! A la mayoría no les interesa aprender algo sobre la fe que supuestamente profesan. Esto me viene como una patada en el estómago cuando se ponen a juzgar mi supuesta falta de fe cuando en realidad yo estoy más interesado en sus creencias que ellos mismos. Realmente disfruté los ramos teológicos.

Dios y la evolución darwinista

Posted in Ciencia y tecnología with tags , , , , , , , , , , , , , , , , on agosto 26, 2012 by Camilo Pino

Muchas veces pienso que se ha vaciado el significado la palabra “teoría” en la actualidad. A la vez, en nuestra era se hace muy difícil dar con una definición exacta de lo que es una teoría, y esta definición varía según el campo de acción de la misma teoría. Como en esta entrada no pretendo reflexionar sobre lo que es una teoría, sino de una en particular y su relación con Dios, creo que debo conformarme con un par de pequeñas definiciones que encontré por ahí:

“Una teoría no es el conocimiento que permite el conocimiento. Una teoría no es una llegada, es la posibilidad de una partida. Una teoría no es una solución, es la posibilidad de tratar un problema”.- Morín, E. et allí.

“Cualquier teoría física es siempre provisional, en el sentido que es sólo una hipótesis; nunca puede ser probada. No importa cuántas veces los resultados de los experimentos concuerden con alguna teoría, nunca se puede estar seguro de que la próxima vez el resultado no la contradirá. Por otro lado, se puede refutar una teoría con encontrar sólo una observación que esté en desacuerdo con las predicciones de la misma”.- Stephen Hawking en Una breve historia del tiempo

Con estas definiciones podemos afirmar que una teoría es solo una serie de hipótesis explicativas de la realidad, las cuales calzan e incluso pueden predecir sucesos, pero que no necesariamente son una verdad. Con esto no estoy diciendo que son falsas, pero debemos saber que pueden ser verdaderas tanto como no ser verdaderas, y hasta que no encontremos un hecho que la contradiga, tendremos que vivir con el misterio.  En la actualidad, teorías como el Big Bang y  la gravedad son aceptadas ya casi como dogmas científicos por la gente no especializada, pero dentro del grupo más duro de los pensadores, estas aún siguen en un debate constante y sin una solución aparente dentro de un corto plazo. Otra que está en el mismo grupo es la teoría darwinista de la evolución, la cual ya todos conocemos.

Lo interesante de esta teoría es que ya es casi totalmente aceptada por los científicos como método explicativo pero, por otro lado, los acérrimos creyentes la ven como una amenaza a la religión. Aun así, hay un gran público al que le parece totalmente compatible esta teoría con la existencia de un Dios, y de este modo pueden ver cierta relación entre la ciencia y la religión. Esta es la idea base desde la cual quiero empezar la reflexión.

Primero que todo debemos pensar en qué queremos probar o descartar con este pequeño texto. Si nuestro objetivo es mostrar que con la teoría de la evolución se hace imposible la existencia de un Dios creador, es obvio que la existencia de un Dios creador y la evolución son incompatibles. Esta es la primera parada (y muchas veces la última) que hace la mayor parte de la gente. Una vez que entienden la teoría de la evolución concluyen muy prontamente y casi sin reflexionar que Dios no tiene ninguna relación con nuestra creación y, por ende, no existe. Esto es un pensamiento muy común, pero en ninguna parte de la teoría de la evolución se explicita o se niega la existencia de Dios. Lo que quiero hacer aquí –como en la mayor parte de la entradas de este blog- es reflexionar el por qué debería de ser incompatible la teoría darwinista con la existencia de Dios, y no decir si la teoría es verdad o si Dios existe.

Lo que ocurre es que la teoría de la evolución postula un mecanismo de selección natural en vez de un diseño especifico creado inmediatamente (el cual puede ser creado por un Dios o un demiurgo, etc.). Podemos desprender de la teoría el hecho de que las especies actuales no son formas de vida creadas por un ser inteligente, sino que emergen de formas de vida anteriores a través de mutaciones y la selección natural donde priman los factores de sobrevivencia y reproducción. De esta manera, podemos intuir que las especies actuales difieren enormemente de las especies originales y sus aspectos están bastante mutados y cambiados por los millones de años de evolución. También podemos decir que nuevas especies emergen de la antiguas pues llegan a haber cambios tan sustanciales que ya no se puede decir que son lo mismo y, a la vez, como las aves vienen de los reptiles, los reptiles de los peces, etc., debió de haber una especie primaria (dígase un organismo unicelular) que fue el inicio de todo.

Lo que debemos de darnos cuenta es que hasta aquí la teoría de la evolución darwinista, específicamente enfocada en la tesis de la selección de las especies, sigue siendo compatible con la existencia de un Dios.

El deísmo es una postura filosófica que nos dice que Dios creó un mundo de leyes como si fuera un relojero, el cual funciona por sí mismo sin la necesidad de una intervención divina posterior (exceptuando la función de estas leyes primordiales). Dios pudo crear un universo y poner en él el mecanismo de la selección natural para que las nuevas formas de vida emergieran de las antiguas. Es así que, en vez de crear todas y cada una de las formas de vida por sí mismo, pudo crear un sistema que, con el paso de los millones de años, llevara a la creación de ciertas formas de vida a partir de una única especie inicial por medio de un mecanismo natural.

Ahora tengo dos preguntas que asaltan mi mente: ¿por qué Dios habría de usar este método pudiendo hacer las especies de inmediato en su infinita omnipotencia? ¿Esta “metodología” de creación de especies es compatible con los rasgos de un dios de las posturas fideistas? Ahora procederé a descuartizar un poco estas preguntas para ver una posible respuesta.

Desde la filosofía clásica -pasando por la metafísica medieval- se entiende a Dios como lo máximamente bueno, bello, verdadero, todopoderoso, etc., y algunos de estos atributos parecen chocar con lo que es la selección natural. Si Dios es todopoderoso y lo sabe todo, simplemente pudo haber creado las formas de vida que Él quería de manera inmediata y no un extraño mecanismo que hiciera las cosas por Él. La refutación de este argumento  es bastante obvia: si Dios es todopoderoso, PUEDE crear un mecanismo que haga el trabajo por Él. Aquí vemos que volvemos al punto desde donde nace nuestra pregunta pero ahora usamos el mismo punto como énfasis de la omnipotencia divina. Aun así, podemos lanzar una queja contra la nueva postura, queja que ya ha sido hecha por otros pensadores religiosos y filosóficos, pues en un mundo donde las leyes y la mecanicidad hacen el trabajo, Dios se vuelve, de cierto modo, innecesario. Esto nos lleva a un debate que ha tomado siglos: cuál es el grado de la intervención de Dios en el mundo. Esto podría dejarlo para otra entrada en el blog.

La segunda pregunta radica en que sí Dios es lo máximamente bueno, la selección natural me parece incompatible con Dios. Primero: la selección natural es un proceso brutal, sanguinario y lleno de pérdidas. Parece un poco inconcebible que un ser que sea la bondad en su grado máximo haya creado un sistema que conste de la matanza de las especies entre ellas para sobrevivir. Una objeción que se puede dar a este punto aparece desde el judaísmo, en el cual se cree que Dios, en su omnipotencia, puede hacer lo que le plazca de manera objetiva, mientras que los juicios morales aparecen cuando el humano entra a intentar comprender el mundo. Me explico: las cosas, sin el hombre, son como son, es decir, hechos simplemente (los cuales tiene como causa a Dios). Cuando el hombre observa la creación ve cosas buenas y malas, pero son perspectivas creadas desde la propia subjetividad del hombre pues los hechos son simplemente hechos. Desde el cristianismo, la postura es diferente, pues es el dios logos (razón) y el bien a la vez, pero ese debate también es para otra entrada del blog. Segundo: la selección natural me parece altamente arbitraria, por lo cual se transforma en una lotería biológica que, dependiendo del azar y del medio ambiente (explosiones volcánicas, meteoritos, etc.), dan uno o más ganadores. Los humanos, aunque somos altamente funcionales y tenemos una fisionomía maravillosa, pudimos haber existido tanto como no haber existido, pues nuestra especie pudo haberse extinguido incluso antes de haberse creado a través de la depredación. También, en las actuales circunstancias, podemos desaparecer si nuestro planeta es impactado por un meteorito u ocurre un cambio climático extremo y sin precedentes. Lo que quiero decir con este segundo puntos es que al parecer Dios no tenía un objetivo de especie en el ámbito de la selección natural, sino que solo somos un suceso aleatorio de la evolución. Si es que el hombre no era algo accidental para Dios, sino esencial (dentro de su creación), la selección natural sería innecesaria, lo cual nos vuelve a llevar al primer punto. Es evidente que el debate sobre este último punto puede extenderse con mayor profundidad, pero no lo haré ni hoy, ni aquí. Una mirada muy interesante de este asunto la da Jostein Gaarder en su libro Maya.

Como se habrán dado cuenta, todos estos últimos problemas por lo que hemos pasado tangencialmente en esta entrada no son nada nuevo para la filosofía. Más bien, llevan unos cientos de años, y dudo que se respondan prontamente. Lo interesante de todo esto fue agregar un nuevo ingrediente a la reflexión, lo cual es la evolución darwinista y su enfoque “maligno” –devora o serás devorado- que no viene a simplificar las cosas. ¡Sean bienvenidos al mundo de la filosofía!

Podemos concluir que, finalmente, Dios es compatible con la teoría darwinista, pero conciliarlo con la selección de las especies es un tema muy complicado donde se tiene que reflexionar sobre los objetivos, las cualidades y la naturaleza de Dios mismo.

Como epílogo quiero comentarles que desde la misma ciencia hay muchos problemas con la evolución darwinista, pues los experimentos con la mosca de la fruta, cuyo periodo de reproducción es muy corto, no muestran -ni con las mutaciones- cambios biológicos tan sustanciales como para probar el darwinismo. Por otra parte, recuerdo que en clase de Filosofía de la Naturaleza II mencioné la siguiente pregunta: si la selección darwinista hace que las especies con más adaptación al medio sean las que sobrevivan y, siendo las aves una evolución de los reptiles, ¿no deberían haber sido estos reptiles depredados antes de llegar a ser aves? Me explico: Solo las especies mejor adaptadas al medio sobreviven sin ser depredadas. Un reptil no se transforma de un día para otro en un ave, sino que por un proceso paulatino. En ese proceso largo y difícil que puede durar un par de millones de años, las “proto-plumas” que tendrían estos reptiles no hubieran sido aptas para volar, sino que, al contrario, sería un impedimento considerable a su movilidad, convirtiéndolos en víctimas de la depredación.

Me gustaría que pudiéramos comprobar fehacientemente la teoría de la evolución de Darwin, pero sigue siendo eso: una teoría, por más que me guste. Por esta razón la mantengo en duda, al igual que la mayor parte de las cosas del mundo.