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Crítica filosófica: Ella (Her – Spike Jonze – 2013)

Posted in Ciencia y tecnología, Cine with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , on octubre 12, 2015 by Camilo Pino

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Her (Ella) es una de las películas que más reflexiones filosóficas me ha hecho enfrentar en el último tiempo. Por lo mismo, es digna de tener una entrada en este blog, pero advierto que si bien escribiré lo justo y necesario –y con mucho dolor tendré que dejar algunas reflexiones fuera-, la entrada podría ser muy larga. Por lo mismo, la dividiré en un plan de redacción para así poder hacerla accesible y más fácil de leer.

I.-Introducción a la reflexión sobre Her
II.- Una somera crítica cinéfila en cuanto tal
III.-Crítica filosófica:
a) La humanización de lo virtual y la virtualización de lo humano
b) La naturaleza del amor
c) ¿Qué es una persona?
d) Otros tópicos para pensar
IV.- Epílogo sobre la ciencia ficción

I.-Introducción a la reflexión sobre Her

De nuevo una película de Spike Jonze deja tantos críticos como amantes. Anteriormente vimos cómo Donde Viven Los Monstruos (Where The Wild Things Are – 2009) no dejó a nadie indiferente, pero su significado parecía ser muy críptico. Esta vez Her parece ser más accesible, pero no por ello menos profunda. Aun así, muchas de las críticas que he leído, tanto a favor como en contra, adolecen de un tratamiento más profundo de los tópicos que toca este film. Para poder echar un poco más de luz sobre la cuestión, propongo que sus reflexiones más profundas no sean abordadas sólo por los críticos de cine, sino que, en este caso, por un filósofo. Mi tesis es que la película se vuelve mucho más rica una vez que la ponemos en el plano de una obra filosófica en lugar de abordarla con las simples herramientas de la crítica del cine. Adelanto que lo característico de esta película es que, más que entregarnos respuestas, nos plantea preguntas trascendentales, en especial sobre lo qué es real. Vamos a ver qué tal sale.

II.- Una somera crítica cinéfila en cuanto tal

En este apartado enunciaré superficialmente las críticas que se le han hecho a Her desde una perspectiva del cine.

Simplificando maliciosamente la trama de la película, cuenta la historia de cómo Theodore establece una relación amorosa con Samantha, esta última un Sistema Operativo.

Primero que Todo, nos damos cuenta de que Spike Jonze no le debía su éxito como director a su guionista preferido, Charlie Kaufman. Si bien él lo acompañó en obras como Being John Malkovich (1999), podemos ver que nuestro director puede crear obras iguales o más potentes desde su propia imaginación. Con una dirección suave e inteligente, Jonze nos muestra una película con un muy buen ritmo y nada abrumadora a pesar de su duración y los tópicos que trata. Supo bien como llevar a la pantalla un guión muy complejo, y eso se le agradece. Incluso con los diálogos pesados, la película danza frente a nuestros ojos casi sin tocar el piso. La obra es profunda e inteligente, pero por sobre todo repleta de sentimiento.

Los protagonistas están muy bien escenificados. Joaquin Phoenix toma el papel de Theodore, un hombre solitario y melancólico, efigie de la postmodernidad. Nuestro actor sale de su letargo para interpretar un personaje que de seguro quedará en el inconsciente de los amantes del cine. Su mirada quebrada, su look alternativo y la forma en que sólo él puede llevar a cabo un personaje con tanto sentimiento son la clave de que hayamos podido sumergirnos en una obra que, si hubiera dado un paso en falso, sería un pobre intento de película romántica. Scarlett Johansson es un Sistema Operativo futurista llamado Samantha, quien, sin ni siquiera salir una vez en pantalla, nos entrega una increíble cantidad de experiencias a través su sola voz. Esto demuestra que nuestra actriz no se reduce a una cara bonita, sino que es capaz de demostrar todo su talento en un papel poco común.

La fotografía es hermosa. Ambientado en un futuro no muy lejano, se dejan de lado las luces de neón y los autos voladores -cliché de la ciencia ficción- para dar paso a un mundo de look alternativo, pantalones al ombligo y bigotes recortados. En este, y otros aspectos, Jonze se compromete con una idea de futuro más realista que de ficción, la cual es necesaria para poder conectarnos con el trasfondo de la obra, el cual es eminentemente emocional.

Las críticas negativas giran en torno a que parece ser una típicas historia de amor, en muchos momentos empalagosa (escena del ukulele). La respuesta a esto es que Jonze intenta mostrarnos una forma alternativa de relación amorosa, por lo cual necesita valerse de la típica estructura de la pareja enamorada en el cine para, desde ese mismo punto, preguntarnos si es tan válida la relación entre un humano y un Sistema Operativo. También se critica que Samantha es una “mujer perfecta” siendo incongruente con una mujer real y, a la vez, es demasiado imperfecta para ser un Sistema Operativo. Me parece que Jonze intenta situar a Samantha justo en ese punto para poder reflexionar acerca de la naturaleza del amor, de la naturaleza humana y de muchos otros tópicos, los cuales mencionaré más adelante. Otra crítica compartida es que el director deja muchos temas inconclusos y no tratados; su final no tiene mucho sentido y no da respuesta a las preguntas que plantea. Como se leerá más adelante, esta obra tiene un carácter disposicional más que proposicional, por lo cual no intenta dar respuestas, sino plantear preguntas. A la vez, el final es obtuso porque la película nos anima a enfrentar los límites de nuestra razón humana no sin antes detenernos a pensar en su naturaleza. Por esto mismo es vital tener de contrapunto el nivel intelectual de Samantha en cuanto Sistema Operativo.

III.-Crítica filosófica:

a) La humanización de lo virtual y la virtualización de lo humano

Una de las características propias de los seres humanos es tender a “humanizar” aquellas cosas que, inherentemente, no lo son. Múltiples son los ejemplos de esta dinámica, como cuando una metáfora poética dice “el día nos sonríe”. Entendiendo que sonreír es algo propio de los humanos, es imposible que el día sonría. Lo que queremos decir aquí es que el día nos produce alegría, felicidad y simpatía, tal como lo hace una sonrisa recibida por alguien que estimamos.

Más allá del plano poético, la tendencia a humanizar la realidad tiene explicaciones psicológicas y antropológicas: solemos acceder a las cosas –tanto emocional como racionalmente- con mayor facilidad en cuanto más cerca están de nuestro parámetro de conocimiento. Por ejemplo, es mucho más fácil explicarle a un ingeniero la arquitectura a través de las matemáticas y la geometría que a través de los periodos históricos. A la vez, a un historiador se le hace más accesible la arquitectura en cuanto la empieza a estudiar según su momento en la historia más que por los cálculos en su construcción. Otro ejemplo es la capacidad de empatía que podemos tener con otros seres vivos, en este caso, con los animales. Entre más parecido a un hombre sea un animal (tanto fisiológica como cognitivamente), más empatía tendremos con él, es decir, más percepción de su dolor. Por ejemplo, nos perturba más ver el maltrato a un simio que a un pez o insecto pues podemos observar instintivamente en el simio una estructura biológica más parecida a la del humano que en los casos anteriores. Nuestra forma de conocer o empatizar con cosas nuevas radica en cuánto podemos conectarlas con cosas que ya conocemos.

En términos de especie, lo nuevo –en el caso de esta entrada al blog, lo tecnológico- es más accesible a medida que lo humanizamos. Hemos dejado de concebir las computadoras como grupos de “0 y 1” para dar paso a una informática más humanizada. Podemos pensar desde la ciencia ficción, donde los robots (Terminator, Star Wars, Transformers, Futurama, etc.) suelen tener formas humanoides, todo para poder conectarnos, de un modo u otro, con estos personajes. Se nos hace más fácil tener empatía con algo que responde a la forma o la naturaleza humana, pues sabemos de antemano que los humanos tienen sentimientos. Sólo atribuyéndole una humanización a la tecnología es cómo podemos relacionarnos con ella. El mejor ejemplo de esto es Samantha que, si bien es un Sistema Operativo, se vale de una voz y una personalidad humana para poder interactuar con Theodore y, por supuesto, con nosotros.

Pero también podemos hablar de un movimiento inverso que ha penetrado en la modernidad: la virtualización de lo humano. El siglo pasado, con todas su guerras e ideas de progreso, ha ido transformando a los hombres en cifras y números. Cuando se disfraza la realidad del hombre a través de números o estadísticas, empezamos a carecer de la posibilidad de sentir empatía con el otro. Por ejemplo, la pobreza puede ser medida y catastrada de múltiples formas, pero muchas veces se nos olvida que detrás de esos números hay gente que está sufriendo. Otro ejemplo son las redes sociales. No quiero ahondar en este tópico, pero parece claro que en nuestro mundo actual la conectividad informática, fría y superficial, ha minado las relaciones humanas de antaño. Esto saca a relucir un punto que, a mi juicio, creo que el director quiere destacar: la soledad del hombre contemporáneo.

Her, como dije anteriormente, nos lleva a la pregunta de qué es lo real, en este punto, sobre las relaciones humanas. El film no nos da respuestas, sino que nos plantea preguntas e interrogantes, pues de eso se trata el arte: de ser una piedra en el zapato. A la vez, la tarea del filósofo se identifica con la vida de Sócrates, quien nunca fue condescendiente con los habitantes de su ciudad, sino que era un “tábano en Atenas”; un mosquito que se dedicaba a sacar a la gente de su comodidad intelectual y obligarlos a pensar.

Theodore trabaja escribiendo cartas para celebrar momentos especiales. En este caso reemplaza al verdadero remitente y escribe con sentimiento a alguien que desconoce. ¿Qué tan real o qué tan falso es lo que hace Theodore? ¿Es una falsificación o un mero trabajo? ¿Son válidos, entonces, los sentimientos que despiertan esas cartas a las personas que las reciben? Sólo la reflexión sobre este punto podría tomar una entrada entera en el blog. Her nos va demostrando a través de varias escenas la aceptación de la virtualización de lo humano en nuestra cultura. La película se ambienta en un futuro, pero no muy distante, y eso nos debe hacer reflexionar. Samantha es un Sistema Operativo que dice sentir algo por Theodore. ¿Es real ese sentimiento teniendo en cuenta que Samantha no es un ser humano? ¿Es condición de un sentimiento –en vista de ser real- provenir de un ser humano o de un ser biológico? Si nuestro reloj de pulsera nos dice que nos ama, ¿sería tan válido como lo que dice Samantha? De nuevo Spike Jonze nos plantea un montón de preguntas para nuestro trabajo personal. Es la delgada línea de lo real y lo virtual en el mundo contemporáneo.

Es imposible pasar por alto en este apartado las escenas de “relaciones sexuales”. Cuando nuestro protagonista se contacta con una desconocida por internet y tienen una especie de “relación sexual” a larga distancia –bastante bizarra por lo demás- ¿Es real esta relación sexual, independiente de las condiciones, entendiendo que son dos humanos? Por otra parte, cuando Samantha y Theodore tiene su primera relación sexual, teniendo en cuenta  que habían muchos sentimientos involucrados pero Samantha no es un ser humano en cuanto tal ¿es, en este caso, una verdadera relación sexual? Creo que estas dos escenas son vitales para la reflexión última de la película: ¿qué es real? Como he reiterado, al no dar respuestas la película, la escena más potente y simbólica de toda la obra es, curiosamente, una pantalla en negro en el momento en que Theodore y Samantha se experimentan.

b) La naturaleza del amor

Nuevamente el director rehúsa darnos una respuesta directa y, en lugar de eso, nos plantea diversas preguntas para que reflexionemos sobre la naturaleza del amor. Para esto, me valdré de una cita de Samantha, la cual resume un poco la perspectiva de Spike Jonze sobre este sentimiento:

“Hoy, después de que te fuiste, pensé mucho acerca de ti y cómo me has estado tratando y pensé: ¿por qué te quiero? Y entonces sentí que todo dentro de mí soltó todo a lo que estaba aferrada. Y vi que no tenía una razón intelectual. No la necesito. Confío en mí, confío en mis sentimiento.”

Podemos ver en la película que Theodore está enamorado de Samantha. Nuestro protagonista tiene muchos problemas: es un hombre solitario y complejo que viene saliendo de una relación muy potente y padece problemas para afrontar el término de ella. Si bien sus sentimientos pueden ser complicados por su estado actual, no podemos decir que lo que él siente por Samantha no sea amor. Por otra parte, podemos ver que Samantha está enamorada de Theodore. Obviando las preguntas sobre si un sistema operativo puede tener sentimientos y si puede llegar a amar (preguntas vitales pero que se toman como presupuestos para poder acceder a la película), aparecen otras inquietudes posteriores. ¿Por qué un Sistema Operativo, que tiene una capacidad intelectual superior a la de un humano, también tiene problemas amorosos? Podemos ver que en muchos momentos de la película, Samantha puede parecer la mujer perfecta –lo cual fue una de las críticas insustanciales de esta obra-, pero aun así sigue teniendo problemas en la relación con Theodore. ¿Qué nos quiere decir el director con esta paradoja? Una primera parada para la reflexión es tener en cuenta que las relaciones amorosas no son unidireccionales, es decir, se componen de dos partes; en este caso, de Theodore y Samantha. Quizás por esto la relación no podía ser perfecta, pues al ser un compuesto de dos subjetividades, siempre habrá lugar para un grado importante de incapacidad de comunicar lo más íntimo y profundo. Theodore, para Samantha, seguía teniendo un grado de misterior por muy inteligente que fuera. Esto nos dice que toda relación amorosa (más allá de la que se deja apreciar en la película) es imperfecta. ¿Pero son acaso las relaciones amorosas perfectas? Pocos de nosotros diríamos que sí, pero esto levanta otra pregunta: si la relación de Theodore con Samantha era imperfecta, como todas las otras relaciones humanas, ¿no la hace entonces una relación real? Aquí desaparece la unidireccionalidad de una falsa y perfecta relación virtual y aparece el conflicto de las relaciones reales, lo que le confiere a Samantha una individualidad, una personalidad y una subjetividad ¿Comprueba que Samantha, si bien no es humano, también es persona? La película nos responde con silencio para dar lugar a nuestra propia reflexión.

Otra respuesta que podemos obtener a la pregunta sobre la naturaleza del amor estriba en la misma cita anterior: no tener una razón intelectual. Nuevas preguntas se nos aparecen porque Samantha es un sistema operativo que puede desarrollar el amor sólo en cuanto puede tener una inteligencia superior a la de cualquier otro programa virtual (aunque se puede extraer la tesis de que este sentimiento puede ser tan sólo una programación artificial). Es decir, que para amar en cuanto ser humano, hay que tener cierto grado de razón pero, curiosamente, los humanos sabemos que el amor muchas veces está lejos de ser algo racional. Podemos decir que otros seres, como los animales, pueden sentir algo por una pareja, pero me parece claro que lo que representa Shakespeare en Romeo y Julieta es inmensamente mayor que lo que se puede observar en los seres no racionales. Las preguntas empiezan a  brotar entonces: ¿Cuál es el mínimo racional para poder decir que un ser siente amor? ¿Puede sentir lo mismo un pepino de mar que un delfín respecto al “amor” (suponiendo que pueda sentir amor el delfín)? Y si un ser escasamente racional puede sentir amor, ¿Por qué no Samantha? Tan sólo este punto ha dado a luz cientos de libros, y no podemos pasar por alto las diferencias entre sentimiento, pasión, emoción y voluntad que, por razones de tiempo y espacio, no podremos pincelar en esta entrada. La película calla respecto a las anteriores interrogantes.

Pero respecto a este mismo punto, el film nos ofrece algo más, algo que escapaba a cualquier reflexión anterior del amor: Samantha, al volverse más y más inteligente, va amando de maneras que escapan a nuestra forma de amar como humanos. La forma en que Theodore se enfrenta a esta nueva Samantha debe ser uno de los puntos más álgidos de la película. Samantha, al ser más inteligente, también ama de otra manera (quizás superior). Para ilustrarlo, pondré un ejemplo análogo. Cuando alguien escucha a Beethoven, y nunca antes había escuchado música docta sino popular y urbana, la forma en que lo afecta no se puede comparar a aquel que ha estudiado toda su vida en un conservatorio musical. Es decir, si bien el arte está en otra esfera distinta a la racionalidad en cuanto tal, ciertamente tiene un correlato intelectual importante por el cual se hace apreciable. Aparece una paradoja en el amor de Samantha: si bien dice que la base de su amor no era una razón intelectual, su forma de amar cambia (evoluciona, se perfecciona, se corroe; elija usted el verbo) en cuanto se vuelve más y más inteligente, tanto que nosotros, como seres humanos, ya no podemos entender su forma de amar así como un animal no podría entender la forma de amar de nosotros. Por esta razón las crípticas palabras casi al final de la película muestran el límite de nuestra capacidad racional respecto al nuevo estado intelectual y emotivo de Samantha:

“Es como si estuviera leyendo un libro y es un libro que amo profundamente. Pero ahora lo leo muy lentamente. Así que las palabras están muy separadas y el espacio entre las palabras es casi infinito. Aún puedo sentirte a ti y a las palabras de nuestra historia. Pero es en este espacio infinito entre las palabras que me estoy encontrando a mí misma. Es un lugar que no existe en el plano físico. Es donde está todo lo demás que ni siquiera sabía que existía.

– Sin importar cuanto lo quiera, ya no puedo vivir en tu libro.
– ¿Adónde iras?
– Sería difícil de explicar. Pero si alguna vez llegas ahí ven a buscarme. Nada nos separaría jamás.
– Jamás he amado a alguien de la forma que te amo a ti.
– Yo tampoco. Ahora ya lo sabemos.”

No podemos saber a ciencia cierta lo que quieren trasmitir estas palabras porque el lugar intelectual desde donde reflexiona Samantha está muy por encima de nosotros. Es como intentar entender una esfera tan sólo en dos dimensiones. De todas maneras podemos atisbar un poco de su significado.

Y si todo esto sobre la naturaleza del amor no nos basta, ¿puede ser el amor de otro modo? ¿Pueden ser todas las cosas de otro modo? Capital interrogante que nos presenta la película a través de una escena hilarante: ¿Podríamos tener el agujero del culo en el sobaco? ¿Creemos que está bien donde está porque nos hemos acostumbrado a tenerlo ahí? Theodore responde desde la intelectualidad, evadiendo la verdadera pregunta filosófica. Solo Spike Jonze podría ocultar tan bien una de las preguntas más filosóficas entre risas y estupideces. Aquí radica la maravilla de Her.

c) ¿Qué es una persona?

Más allá de la clásica definición de Boecio en el siglo VI (substancia individual de naturaleza racional), Her nos trae a colación una pregunta práctica sobre qué es una persona. ¿Qué es lo fundamental para aceptar que algo es una persona? ¿Nuestro cuerpo? ¿Nuestra mente? ¿Ambas? ¿Una proporción de cuerpo y mente? Hay que ser muy meticuloso con esta reflexión porque es aceptado que un cuerpo sin capacidad cognitiva es una persona (ej. estar en estado vegetal), pero tomar como punto gravitante la corporalidad de la persona es también muy reduccionista. No por nada se le tiene respeto a nuestros antepasado, y son considerados como personas (tanto filosófica como jurídicamente) aunque ya no son siquiera cuerpo. Si el cuerpo es lo que garantiza el hecho de ser persona, Samantha no lo es. En cambio, si la mente es lo que nos hace personas, Samantha no es menos persona que Theodore. El problema es que el conflicto de la obra gira en torno a que la relación de ambos es “no-natural”, es decir, nos incomoda pensar que Samantha puede llegar a ser una persona. Samantha piensa, siente y ama, pero no tiene cuerpo. Así como hay gente que se siente prisionera en su cuerpo, Samantha está prisionera de su incorporeidad. ¿Existimos nosotros más allá de este “saco de carne”? ¿Tiene autonomía nuestra racionalidad? Si lo que importa es aquello que “va por dentro”, no somos tan diferentes de Samantha, y es justamente por eso que logramos enamorarnos de ella sabiendo que no es como nosotros. Toda esta reflexión puede complicarse aún más si introducimos el concepto de “alma”, tan caro a la filosofía contemporánea. La película carece de respuestas y nos obliga a enfrentarnos a nuestra propia condición de humanos, a nuestra propia existencia. ¿Qué soy yo?

d) Otros tópicos para pensar

Las preguntas de la tecnología son preguntas sobre el hombre

“El hombre es la medida de todas las cosas” decía Protágoras. Más allá del relativismo que encierra esta afirmación, quedémonos con la idea de que las preguntas que formula el hombre siempre tienen relación consigo mismo. Cuando el hombre miraba al cielo en la antigüedad, calculando la trayectoria de las estrellas y planetas, implícitamente se encontraba la pregunta sobre su propio lugar en el cosmos. Así, muchas ideas que han rondado la ciencia, tanto desde sus albores hasta la actualidad, tienen como contrapunto al hombre en su reflexión. Por ejemplo, las preguntas sobre el aborto, la eutanasia o la pena de muerte, más que ser un mero debate legal, apuntan a la pregunta sobre la vida, específicamente la vida del hombre.

De esta misma manera, las preguntas que plantea Jonze en esta película no son tanto sobre la condición de inteligencia o amor en un Sistema Operativo, sino qué es el amor para el hombre, qué es ser persona, qué es real, etc. Entre más nos acerquemos a crear una inteligencia artificial, más relevante será la pregunta de qué es la inteligencia en el hombre. De hecho, nunca podremos llamar “inteligencia artificial” en el completo sentido de la expresión a alguna creación propia a menos que hayamos descubierto qué es la inteligencia. Conocernos a nosotros viene a ser condición necesaria para resolver muchas preguntas de la modernidad.

La ciencia y la sociedad no avanzan a la misma velocidad

Es evidente que la tecnología avanza a pasos agigantados. A la vez, como sociedad, llegamos tarde para pensar en ciertos asuntos que la técnica va abarcando. La reflexión ética y política toma su tiempo –de hecho, no ha avanzado mucho en los últimos veinticinco siglos-, mientras que la ciencia parece no tener límites en su actuar. Her nos muestra un futuro cercano donde somos muy dependientes de la tecnología, pero a la vez no podemos compensarla con ciertas necesidades naturales que empiezan a atrofiarse. Estamos cada vez más conectados en redes sociales, pero carecemos de amigos de verdad. La amistad que conseguimos muchas veces a través de la tecnología es falsa, insustancial. ¿Debemos ponerle un límite al proceder de la tecnología? Esta pregunta encontrará tanto a adherentes como detractores. Pero la responsabilidad moral sigue recayendo en nosotros, ciudadanos del presente, para no terminar en un futuro como el de Theodore. Cuando los científicos tengan la capacidad de crear inteligencias artificiales que puedan reemplazar las relaciones humanas, ¿tendremos la suficiente entereza para detenerlos? ¿Es acaso la ciencia una entidad que no se subsume a las estancadas condiciones humanas? O, por el contrario ¿es la ciencia una herramienta al servicio del hombre, cuya finalidad es ayudarlo en lugar de atrofiarlo? Her nos plantea estas interrogantes a través de una bella historia de amor de la cual no queremos ser personajes.

La condición de soledad del hombre contemporáneo

De la mano de la reflexión anterior, el hombre contemporáneo parece estar en una soledad agobiante, tanto como individuo como especie. La búsqueda de vida en otros planetas, así como la necesidad de crear inteligencia artificial, es síntoma de la radical soledad que tiene el hombre en el cosmos; necesitamos saber que no estamos solos y otra vez la pregunta se dirige al hombre. En Her, Theodore es movido por su soledad (amplificada por una ruptura amorosa) a aceptar una cita a ciegas (Olivia Wilde). Incluso frente a esta increíble mujer y en la necesidad que se encontraba el protagonista, esgrime un no como respuesta. ¿Por qué? Probablemente por otro factor del mundo contemporáneo: la inmediatez de la vida.

Vivimos en la sociedad de lo inmediato. Podría redactar largas líneas sobre cómo ha cambiado la sociedad en términos de rapidez para movilizarse, comunicarse, trabajar, etc., pero me detendré en cómo esto afecta las relaciones de pareja. Antiguamente, con todos los problemas que implicaba relacionarse con alguien, tener una relación de pareja implicaba un proyecto, un trabajo. Quizás al principio no había tanto amor, tanta pasión, pero uno terminaba cultivándola y queriendo a la otra persona. En la sociedad de lo inmediato, si una persona no llega con las características específicas que se deseaban, simplemente no se acepta y se busca otra persona. Nos hemos acostumbrado a pedir pizzas, no a prepararlas. Theodore es víctima de este problema: Samantha es más complaciente que la mujer de la cita a ciegas. Theodore puede encender su relación por la mañana y apagarla por la noche. De cierto modo, tiene todo el control. Su cita a ciegas pudo haber sido una relación que debiera trabajar, pulir, aceptar problemas y diferencias, pero en la sociedad de lo inmediato Theodore se quedó con Samantha, quien carece de cuerpo pero es inmediata.

IV.-Epílogo sobre la ciencia ficción

Este epílogo tiene la idea de preguntarnos cómo vemos el futuro trágico a través del cine de ficción, específicamente comparando Her a otras películas.

Ciertamente Her se parece más a películas como El Hombre Bicentenario o IA, pero no por eso no podemos compararla con otras películas que quieren echar un vistazo hacia el futuro. Lo interesante es que hace un par de décadas, cuando la literatura o el cine intentaban atisbar como sería el futuro, solían imaginarlo con luces de neón y una tecnología que para nosotros ya parece precaria. La mayor parte de los adelantos tecnológicos que tenemos no fueron previstos y, por otro lado, los que se esperaban no han llegado –por ejemplo, autos voladores. Pero un tópico que muchas obras de ciencia ficción han tomado casi desde una perspectiva similar es el fin de la sociedad tal como la conocemos.

Podemos pensar en Terminator donde la revolución de las maquinas –robots humanoides- asola lo que queda de humanidad. También tenemos un escenario parecido en Matrix, Blade Runner e incluso en Yo, Robot. Lo que todos estos escenarios tienen en común es un miedo a los ribetes que puede tomar la tecnología, específicamente la inteligencia artificial. Los personajes de estas obras se rebelan contra el imperio tiránico de las maquinas que suelen someterlos. La tecnología se ha vuelto loca y ahora nos controla, nos somete y nos destruye. Definitivamente es un escenario apocalíptico pero, a mi juicio, está lejos de la realidad.

Jonze, sin proponérselo quizás, nos plantea otro tipo de escenario, uno que podría ser aún más terrible. En este nuevo apocalipsis, nosotros mismos nos esclavizamos a las maquinas, a la tecnología. No nos oponemos a ellas, sino que las invitamos a entrar a lo más profundo de nuestra intimidad, vaciándonos desde adentro. La relación con la inteligencia artificial, curiosamente, no va a ser de carácter racional, sino emocional. Le rogaremos a las maquinas que nos dominen, que se vuelvan nuestros esposos y esposas, que nos complazcan y no nos critiquen. En definitiva  que nos lleven a nuestro apocalipsis. No habrá una lucha a muerte entre los humanos y los robots, sino una simbiosis complaciente, destructiva.

El apocalipsis clásico de la ciencia ficción tiene un toque heroico: el hombre se cuestiona su posición, se rebela, lucha y, en el peor de los casos, desaparece. En el apocalipsis de la nueva ciencia ficción el hombre es complacido, por lo cual desaparece el cuestionamiento –la filosofía- y cae lentamente en una vorágine de placer hasta que perdemos la conciencia de nosotros mismos.

La actitud de los dioses, el destino y el libre albedrío en La Grecia antigua

Posted in Arte, Filosofía with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , on septiembre 17, 2013 by Camilo Pino

moirasLas Moiras, tejedoras del destino

Nota: Este mini ensayo lo escribí el año 2010, en mi primer año en la universidad. Antes de subirlo como una entrada al blog le agregué unas correcciones hechas por uno de mis profesores y uno que otro cambio en la puntuación. Espero lo disfruten tanto como yo cuando lo escribí.

Una de las cosas más complicadas en la religión griega es, a mi juicio,  la relación entre lo humano y lo divino, y por ende no es nada simple de explicar. Pese a que los dioses eran poderosos e inmortales, no estaban exentos al cuestionamiento de los humanos. Los antiguos griegos frecuentemente criticaban el comportamiento inmoral de los dioses. Ellos podían actuar con grandes excesos, tenían sus pasiones y podían cometer errores pero los mortales tenían que respetar sus límites y esa es la gran diferencia que existe entre lo humano y lo divino. Los dioses podían hacer lo que les placiera, lo que su voluntad quisiera, mientras que los humanos tenían que frenar y dominar sus deseos y pasiones. Los dioses y diosas griegos se vuelven así una imagen de lo que podría resultar de una pasión mortal, de lo que implicaría si los humanos traspasaran sus límites.

Podríamos pensar en la crítica a los dioses como un tipo de blasfemia pero, por el contrario para los griegos, reforzaba la noción de que ellos existían.

Superiores a los humanos sobre los que ejercían dominio, estos dioses eran, sin embargo, objetos de las mismas pasiones, fallas y debilidades que los mortales. Conocían el amor, la tragedia, la desesperanza y la amargura. Eran vulnerables a las enfermedades y a las heridas pero, por contraparte, eran inmortales y sanaban asombrosamente rápido. Debe quedar claro que estos no eran “súper hombres” sino dioses, por lo cual tenían diferencias muy grandes con respecto a nosotros. Obviamente no morían y tenían inmensos atributos de fuerza y conocimiento, pero aun así tenían forma de humanos. ¿Es el antropocentrismo algo típico de las civilizaciones antiguas? Pues no lo es. En Egipto las divinidades siempre eran mezclas de humanos y bestias así como en Mesopotamia eran muy imperantes las figuras de dragones y otros animales como dioses. El aspecto de los dioses griegos se debe al tremendo orgullo que tenían de la forma humana. Los griegos tenían un muy alto concepto de la perfección del hombre, tanto intelectual como físicamente y, siendo los dioses lo más perfecto que había, estos no podrían tener otra forma que no sea la del humano. Es aquí donde las personas se proyectan en los dioses en una especie de fantasía para superar las debilidades que nos hacen ser lo que somos.

Volviendo a la cuestión sobre las pasiones de los dioses -y recordando los múltiples engaños lujuriosos que Zeus cometió-, la noción de que los dioses no son muchas veces éticos ni tampoco honestos es algo que tiene sentido si reflexionamos un momento sobre ello. Durante muchos siglos, quizá hasta cuando los poemas homéricos fueron finalmente escritos, los griegos se sentían muy cómodos con estas concepciones. Tenía mucho sentido porque si los dioses eran como humanos pero obviamente más fuertes, más poderosos e inmortales nunca tendrían que responder por las repercusiones de sus actos. Los hombres, en cambio, sí. Nosotros somos los que llevamos la carga de actuar éticamente y pensar en las consecuencias de nuestras acciones; los actos responsables recaen en los seres humanos, no en los dioses.

Aun así habían algunas cosas a las que los dioses estaban supeditados y una de ellas era el destino, tema muy interesante en todas las cosmogonías indoeuropeas. El mejor ejemplo del que se puede partir es la tragedia de Edipo Rey, escrita por Sófocles. Como todos sabemos, este “héroe” trágico mató a su padre, se casó con su madre y, habiendo cumplido su terrible destino, se cegó a sí mismo en búsqueda de la redención. Esta inmortal historia trata un tema importantísimo en el mundo griego: la relación del padre y del hijo. Este tópico está desde la misma creación del cosmos donde, en algún momento, Zeus castra y destrona al titán Cronos, su padre, convirtiéndose en el rey del panteón. También tenemos la historia de Hefestos y Zeus entre muchas otras que no tocaré en este escrito pero, dando una pequeña luz al interesado lector, debo decir que en mi opinión tiene las bases en el antiguo sistema de heredad de las tierras cultivables en la sociedad helénica.

De la historia de Edipo se desprende una gran interrogante: ¿Está predestinada la vida de los humanos o tenemos un libre albedrío? Es totalmente indeterminable la razón del por qué Edipo tuvo tan fatídico destino pero, en la obra, este héroe se entera de que no es hijo del rey de Corintos y piensa “soy un hijo del azar”. Nuestra primera reflexión es responder lo que es el azar. Boecio, en el quinto libro de la Consolación de la Filosofía dice por boca de una entidad divina llamada Filosofía lo siguiente: “Si por azar se entiende un acontecimiento o serie de ellos que sobrevengan de modo accidental, fuera del encadenamiento natural de las causas, es preciso afirmar que el azar no existe; y que esa palabra, al no designar nada, carece de sentido; porque si todas las cosas suceden conforme a un orden establecido por Dios, ¿qué lugar queda para lo fortuito y lo imprevisto?” Lo que quiere decir aquí Boecio es que si definimos azar como un hecho sin causas, entonces el azar no existe pues, obviamente todas las cosas tienen una causa que las precede y nada sale de la nada. Por lo tanto, definiremos el azar como lo hizo Aristóteles: “Siempre que realizándose una acción con un designio cualquiera, sucede por ciertas razones algo diferente de lo previsto, se habla de azar; por ejemplo, si uno al remover la tierra para cultivarla encontrare enterrada una vasija llena de monedas de oro”. Aquí tenemos que el azar es un hecho fortuito, porque el hombre que araba la tierra nunca tuvo la intención de encontrar el oro, pero independiente de eso araba la tierra (causa), mientras que, en algún momento pasado alguien enterró el oro (causa) aunque nunca tuvo como finalidad que el arador lo encontrara.

Edipo entiende el “ser hijo del azar” como algo casual, de la misma forma que lo dijo Aristóteles siglos después ya que la filosofía no puede menos que explicar las cosas teniendo como contrapunto la relación con la realidad. Se hace notar que la contingencia del nacimiento de Edipo no puede ser menos que la muestra de que no hay un plan, pero para el final de la tragedia se da cuenta de que todo lo que él ha hecho encaja en uno (un plan) y que si él es hijo del azar, este azar no ha hecho menos que estar intrínsecamente ligado con el destino. Es decir, no hay hechos ni acciones contingente ni innecesarios: todos son por necesidad parte del gran plan del destino y por ende, no existe el libre albedrío para el hombre… o esto es lo que podemos creer.

Boecio trata de sutil forma este tema pero no es lo que me compete en este texto, sino ver cómo era la forma en que los griegos antiguos enfrentaban este problema. Edipo, un hombre como todos nosotros, toma decisiones, elije caminos y, como es dotado de razón, tiene la facultad de diferenciar entre lo bueno y lo malo y, por ende, el de escoger su trayecto y hacerse responsable de sus acciones. Cuando se enteró que mataría a su padre y se casaría con su madre huyó del hogar, sin saber que era adoptado y como ya todos sabemos, se encuentra con su padre en el camino, lo asesina y se casa con su madre en la ciudad. Debemos tener presente que él escogió irse de su hogar y que cometió algo terrible, pero no lo hizo tratando de hacer el mal, por lo cual ya vemos ciertos rasgos de libre albedrío y razón. Lo importante es notar que el destino no hizo que él cometiera este crimen.

El tema del destino y del libre albedrío de una persona fue una cuestión tan importante para los griegos que divinidades vinieron a personificar, en forma de tres diosas (al igual que las Nornas del norte de Europa) estos pensamientos. Si tomamos como referencia la poesía de Homero veremos dos caminos diferentes para presentar este asunto. En el primero tenemos a las diosas Cloto, Láquesis y Átropos cuyos nombres significan “La Tejedora, La Que Reparte y La Que No Regresa” en el mismo orden. Ellas tejen una trama para la vida de cada persona justo en el momento en que nace y determinan cuando va a morir. En la segunda línea homérica –y debo decir que es una de la que más me ha interesado y complicado conciliar- está la concepción de que incluso los dioses se doblegan ante el Destino. Al parecer este no es un dios superior a ellos sino algo así como una fuerza inexorable, como lo son para nosotros las cuatro fuerzas fundamentales del universo (interacción nuclear fuerte, interacción nuclear débil, interacción electromagnética e interacción gravitatoria). Es algo difícil esclarecer esta concepción y puede ser tratada a mayor profundidad bajo la luz de los Edda de la mitología nórdica, pero para el presente caso no tiene más sentido el seguir reflexionando sobre ellas, así que es mejor dejarlo así por ahora.

Volviendo a Edipo y al tema del destino en él, nos enfrentamos a nuevas preguntas: ¿estaba destinado a matar a su padre y casarse con su madre? La respuesta es sí, pero lo importante es saber qué significa esto: ¿quiere decir que no tenía un libre albedrío? Ahora la respuesta es no, pero ciertamente era algo que iba a suceder…

Ya hemos notado la complicada visión de los griegos sobre el destino y de cómo funciona el mundo incluyendo a sus dioses. Estos dioses controlan las vidas de los humanos o por lo menos tienen incidencia directa en ellas, pero los humanos tienen la capacidad de controlar sus propios destinos individuales y decidir la mayor parte de las acciones. Tenemos aquí una interesante contraposición y ambigüedad en la relación de lo que es controlado por los dioses y lo que es controlado por los humanos, pero no es algo referente a una inconsistencia o insuficiencia en el trabajo filosófico de estas posiciones. Al contrario, este es el punto al que querían llegar estos maestros del saber: que no existían garantías en la vida. ¿Qué sentido tendría rendirles culto a los dioses si el destino es incapaz de ser modificado? ¿Cuál es el sentido de la oración y la esperanza, esta última encerrada en la Caja de Pandora, si desde un principio nuestro destino y cada acción está planeado? Los dioses necesitan la libertad de los hombres para así ser adorados.

Para vislumbrar completamente la idea y dar por terminada la reflexión, se me hace imposible no hablar sobre el famosísimo Oráculo de Delfos, también conocido como Oráculo de Apolo. Este oráculo proporcionaba claves para aquellos que querían echar una mirada al futuro y era consultado por personas que venían de todas partes del mundo antiguo, en especial por casos de política y de estado. El oráculo consistía, grosso modo, en la pythia, sacerdotisa de Apolo, quien entregaba un mensaje el cual era descifrado (o traducido) por los sacerdotes, pero no dejaba de ser algo críptico y difícil de comprender. Uno de los relatos más conocidos (aparte del típico ejemplo para usar comas “iras y volverás…”) es el de un poderoso rey que le pregunta si debe ir a la guerra o no. El oráculo le responde: “Si vas a la guerra destruirás un gran reino”. El rey fue a la guerra y fue su propio reino el que sucumbió; no interpreto el mensaje correctamente. El oráculo siempre respondía con otra pregunta, con un acertijo o algo que adivinar. La gente toma muchas decisiones en su vida y en cualquier momento podía ir al oráculo de Delfos y preguntar acerca del futuro. No puedo encontrar mejor ejemplo que el de la profesora del Union College, Christina Sorum: “Podían oír al oráculo decir: ´cuídate del mar porque este te matará´ y pasar toda la vida evitando el mar para no morir. Entonces un día, en un acuario, un tanque explotaba, y la persona moría ahogada en el agua de mar, en esta agua salada del acuario, algo así de sensible. ¿El destino hizo que esto pasara? No, era que Dios conocía el futuro y podía decir que eso sucedería”.